Usted está aquí
Alicia y los pintores
Lo curioso fue que la clase magistral de pintura la diera ella: durante un encuentro con los pintores la diva deslumbró con su excepcional experiencia coreográfica casi tanto como lo había hecho con el movimiento assoluto de su cuerpo. De la manera más natural del mundo, Alicia les espetó a los artistas allí reunidos - y a los del gremio universal de todo tiempo- una de sus muchas tiranías visuales: la imposibilidad de observar un cuadro como se le antojase al espectador. El simple hecho de que los pintores pauten meticulosamente y de antemano el recorrido de nuestra vista por la superficie de la obra, no deja libertad para hacer el camino a capricho. Y lo peor es que a veces ni lo sabemos. Pero Alicia lo sabe, lo ha sabido siempre y llegó a decirle a los pintores cuánto había aprendido de esa dominación, cuánto se había valido de ella para mover bailarines en la escena. Porque, en realidad – arguyó- ¿a quién debe mirar un espectador arrellanado en su butaca cuándo al coreógrafo se le ha ocurrido presentar la increíble cifra de setenta bailarines sobre las tablas? Tal y como los pintores hacen, Alicia hace. La correlación entre los planos pictóricos y el acto narrativo, la dirección y el énfasis de la luz, la tensión entre las formas: todos los ardides del métier de la pintura forjan igualmente en la escena el magno mural vibrante que la coreografía es.
Todos estos pintores hicieron lo que Alicia dijo que harían. Ejercieron sus habituales tiranías visuales e incluso otras nuevas. Especialmente porque el tema los amordazaba y los impelía a la vez. Estaban buscando lo que buscamos todos: ser uno mismo y ser diferente.
¿Y si fuera a la inversa?; ¿si los pintores intentaran pautar aquellos gestos, o dirigir el flujo de cuerpos hacia determinada parte de la escena? Las artes todas se parecen. Todas escindidas entre técnica e idea. Todas esclavas: del cuerpo, de la mano, del oído, del métier, de la originalidad, del mercado, de la difusión, de la eternidad….Todas esclavas hasta que se vuelven Arte. Cuando han alcanzado esa insólita condición, cuando se han elevado realmente por sobre todas las contingencias, logran la verdadera libertad, la única que redime al hombre.
Alicia es libre; alcanzó esa libertad. Por eso los pintores están aquí, escuchándola hablarles. No importa si logrado con pigmentos o con oído musical; no importa si con palabras, cámara en mano o el cuerpo todo: el arte es uno solo. Lo que Alicia les cuenta lo saben, acaso con otros nombres y otros énfasis.
Los pintores no pueden venir sino con humildad. Cada uno ha traído su ofrenda y esas ofrendas son como ellos mismos. Todas tienen sus atributos usuales: se vistieron con sus ropas manchadas de trabajo; usaron los mismos instrumentos en el taller; dispusieron de colores y pinceladas como siempre; dibujaron como de costumbre; acaso se detuvieron para el café… Pero han pensado un momento en Alicia. Han dejado sus propios anhelos y han pensado en ella como anhelo, como Arte, como Libertad.
No fue casual que en 1941, otro grande de Cuba, Wifredo Lam, le dedicara a la Alonso, como a un parigual, uno de sus inconfundibles dibujos sobre papel kraft, en una especie de tributo a una figura que ya presentía el pintor podría cambiar el panorama del arte, como él mismo haría con su pintura. Un reconocimiento mutuo de dos estrellas destinadas a elevarse por encima de carencias, folclorismos y estereotipos culturales en una Isla de pobreza, desmanes y analfabetismo en los años cuarenta.
Portocarrero, por su parte, ha sentido a la diva en el todo, en el conjunto, como siente sus ciudades o sus cenas. En sus cartulinas, Alicia está sumida en una danza hierática con los bailarines de la escena y la composición parece un banquete sagrado o un ritual solemne. En compensación, el artista ha pintado sabiamente manchas de colores que bailan alocadas por sobre las figuras.
Berenstein la fotografió como pocos, como las graciosas danzantes de Degas; Carlos Enríquez le imaginó las vestiduras; y Cundo Bermúdez la convierte en personaje de sus teatrales composiciones... Alguien como Manuel Mendive no podía sino reparar en la energía vital de la danzante.
Los pintores han hecho como siempre, como si nada: Samuel Feijóo ha plantado su abigarrado cartel con su misma intensidad alegre y campechana. Ha escrito en él: esta noche baila aquí Alicia Alonso para los niños, los bobos y los soñadores, y es como decir, Alicia baila para los mejores. Casi idéntico gesto ha repetido Leandro Soto, él también teatrero, performer y pintor, quien colocó a la diva en uno de sus joviales y renovadores retablos de principios de los años ochenta, lleno de fantasía y raigambre pop, para sacudir la pintura que parecía perder pie en las aguas de cansancios y reiteraciones sociales en la Isla.
Toda nueva generación ha visto a Alicia a su manera, como sucede con los mitos perennemente renovados. Rocío García se detuvo en el martirio de los ensangrentados pies saliendo sufrientes de las zapatillas. Nadie ve mejor que ella el martirio. De todo lo que Alicia ha contado, la pintora guardó ese momento de sacrificio en su memoria y lo imaginó luego en su retina. El sacrificio de la seda.
Juan Roberto Diago ha seguido su curso de materiales ásperos y significados rudos. Hubiera parecido que sin suavidades no podría pensarse en Alicia; pero no, estábamos equivocados -¡qué fortuna!- porque él la ha contemplado en el tremendismo y la violencia que impone Carmen.
Los pintores han traído lo que tenían en casa: Fabelo su bestiario encantado saltando del cuerpo de mujeres. Choco la acentuación máxima de las texturas. Alicia Leal su ambiente entre mítico y russoneano. Tomás Sánchez el misterio de una vegetación que atrapa, como a un tesoro, el último par de zapatillas con que Alicia bailara. Rancaño trajo la bandera…
Cada pintor regaló lo que tenía, lo entrañable, como se hacen los verdaderos obsequios. Y es sorprendente ver las formas en que manejan sus propias obsesiones para ofrendarlas a la diva y lo que ella representa: el fotógrafo René Peña sigue su poderoso instinto del contraste entre lo negro y lo blanco, pero aparece de pronto un inesperado tutú rojizo a la cabeza de un hombre que nos fulmina con la mirada. Por ella se asoman intenciones que nos impactan con asuntos de raza, eróticas filiaciones y oportunidades para todos los cisnes del lago.
Olazábal nos ha obsequiado la intensidad de su gran lienzo dibujado al carbón como una verdadera declaración en escena; solo eso puede significar la irrupción de esas magnificadas zapatillas con peso y corporeidad sorprendentes diciéndonos, desde el título, que volar no fue nunca un límite para ellas.
El pesaroso tema de la visión de la bailarina ha sido evocado con sutilísima fineza por Sandra Ramos, convirtiéndolo en toda una paráfrasis del infortunio y el heroísmo; de la herida y la voluntad. El homenaje se construye con materiales de exquisita factura, donde espejos, extrañas fibras y papeles delicados definen una fragilidad que la diva bien ha sabido revertir.
Nos han robado las zapatillas y el dúctil tablado de madera. En su lugar, la sorprendente imagen de unas piernas calzadas con botas varoniles y ejecutando una posición de ballet sobre un suelo rocoso, nos haría pensar en la locura del fotógrafo. Pero Adonis Flores se ha enfocado en la bizarría, en la tenacidad, en el ímpetu de la diva. La ve bailar en cualquier circunstancia y la cree bien capaz de lidiar con lo imposible.
Están aquí reunidas en homenaje todas estas obras, las de viejos maestros y nuevos creadores, para que no olvidemos nunca que el Arte es lo más pleno y liberador que nos sucede en la vida. Alicia habló de eso a los pintores.
Corina Matamoros
- 1272 lecturas