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Arte de la Antigüedad

La primera adquisición de piezas arqueológicas correspondientes a la antigüedad clásica por el Museo Nacional de Cuba se remonta a la década de los años treinta, cuando el ex-presidente José Miguel Gómez dona a la institución un busto femenino y dos cabezas de mármol, las tres de la época imperial romana. En aquel momento el Museo se encontraba en su sede de la calle Aguiar, en cuyas estancias se mantenían las obras en condiciones muy precarias, y los tres nuevos elementos vinieron a engrosar los muy heterogéneos fondos de la institución. En el año 1955, el Museo se trasladó al recién construido Palacio de Bellas Artes y, un año más tarde recibió, entre otros beneficios, el depósito de un vastísimo surtido de antigüedades: la colección de los Condes de Lagunillas, fruto de los intereses y la paciente labor del Dr. Joaquín Gumá Herrera (La Habana 1909-1980), Conde de Lagunillas, durante más de veinte años. Según el Licenciado Miguel L. Núñez Gutiérrez, del Departamento de Colecciones y Curadoría del Museo de Arte Universal el Dr. Gumá comienza a interesarse por las antigüedades en la década de los años cuarenta y se convierte en coleccionista alrededor de 1945. Desde un inicio estuvo en estrecha relación con personalidades del ramo que lo asesoraron en sus numerosas transacciones de compra, y que inclusive, lo representaron en algunas de ellas. Las primeras adquisiciones las hizo en New York, pero rápidamente amplió su área de pesquisaje y estableció contacto con anticuarios de Londres, París, Roma, Florencia, además de Atenas y Basilea. Hacia 1946 ya el Dr. Gumá se había hecho miembro de los Museos Metropolitano y de Bellas Artes de Boston, lo que le permitió acceder a opiniones confidenciales especializadas sobre la materia, y propiciaron la cercanía de especialistas como William C. Hayes, Gisela Richter, Christine Alexander, George H. Chase y, posteriormente, Dietrich von -Bothmer, a quien Núñez define como "el discípulo predilecto" del afamado arqueólogo John Beazley. De esta manera cada una de las piezas adquiridas era estudiada, reconocida y certificada, lo que, indudablemente, redundaba en prestigio para su colección. La certera visión de Gumá para las antigüedades y su instinto de comerciante le permitieron articular dentro de su repertorio un excelente cuerpo de vasos griegos de cerámica, que constituyó, sin lugar a dudas, el núcleo más importante de su colección, y que sigue siendo la muestra más atractiva de las actuales Salas de Arte Antiguo.