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Allegretto Cantabile como homenaje a Raúl Martínez

Organizada por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas, por el noventa aniversario del nacimiento de Raúl Martínez y con el tesauro del Museo Nacional de Bellas Artes, quedó abierta la exposición Allegretto Cantabile, el 29 de noviembre, en el Centro de Arte Contemporáneo Wifredo Lam.
A propósito de la muestra la curadora del Museo Nacional, Corina Matamoros, ha escrito:
Raúl Martínez fue un artista que lo hizo todo a contracorriente y, por lo mismo, todo le resultó arduo. Fue un niño de campo que se enamoró de La Habana moderna en los años cuarenta, cuando la vio por primera vez. Tenía esa avidez pueblerina - y muy cubana - que los del campo sienten por la ciudad. Siendo muy pobre, soñó con estudiar en un Instituto que Moholy Nagy había fundado en Chicago. Y realizó su sueño, viajó a los Estados Unidos y amó esa cultura, sus teatros, sus librerías y sus museos. Aún más: su propia trayectoria artística hizo idéntico recorrido al de muchos artistas del Pop Art.
Y, sin embargo, en el contexto cubano el salto de Martínez fue inesperado. Su transformación del Pop Art en “Pop popular” consolida uno de los más especiales modos de pintar que se dieran en la Isla, instaurando el impactante paradigma de un contra-modelo artístico.
Llegar al lenguaje del Pop fue para él un tránsito lógico en alguien que procedía del expresionismo abstracto, pues era un camino ampliamente practicado por los creadores de la vanguardia norteamericana. En la transición entre abstracción y Pop, Martínez coincidió con la poética del combine de Raushenberg o del letrismo de Jasper Johns, quienes se habían fogueado, como él, en el diseño publicitario.
Pero instaurar un contra-modelo fue cosa bien diferente, algo que no venía más que de él mismo y de su comprensión cabal de las circunstancias. La clave de esta operación se la dio a Martínez la propia vida. Hombre extraordinariamente atento a su entorno y agudo para captar el espíritu de su época, el artista ve cambiar el mundo ante sus ojos. Si grandes creadores como Lam parecieron mirar detenidamente hacia la transformación de la tradición pictórica desde nuevos dominios antropológicos, éticos y poéticos, Raúl Martínez parece mirar impúdicamente por la ventana de su casa. Y afuera ve una revolución en plena calle. Una sociedad que convulsiona, que proclama la igualdad entre las gentes, que alfabetiza a una nación entera, que abre escuelas de arte en todas las provincias, elimina la propiedad privada, nacionaliza los recursos del país, aleja la discriminación racial…El artista vive ese cambio y no puede dejar de advertir que los hasta ahora irrepresentados en la vida y en el arte cobran una inédita jerarquía y comienzan a señorear en la escena. Es esa renovada escena social cubana quien sorprende a Raúl Martínez y le da el toque de gracia. Uno de sus títulos lo resume así: Todos somos hijos de la Patria.
Si hay una obra que simboliza la imagen de la revolución cubana es la de Raúl Martínez. Sin proponérselo tal vez, y por momentos a contrapelo, la larga y prolífica trayectoria de Raúl fue creando una semblanza y un imaginario de los momentos más arduos de la sociedad cubana contemporánea. No se trata de un arte panfletario que repitiera y se plegara a iconos preestablecidos por una orientación prioritariamente política de la vida, sino de una obra que inventó los iconos, la imagen y el rostro de un pueblo en revolución. Y en esa imagen nos hemos reconocido varias generaciones de cubanos; de ahí su cualidad de fundador.
Martínez creó la más sorprendente iconografía social que se haya realizado en el arte cubano. Martí, el Che, los héroes encumbrados y los humildes, la gente común, los amigos, la tensión entre lo colectivo y el mundo propio del artista, hablan de un temperamento artístico que se afilió al más genuino espíritu de época para crear las inéditas imágenes con las que sentirnos cubanos.

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