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El Ídolo del tabaco en Más allá de la utopía

La historia del Ídolo del tabaco refiere que fue descubierto en la finca Chafarinas, Gran Tierra de Maya, Maisí, por Casiano Lores Lambert, quien había sido miembro del Ejército Libertador. Quizás esta circunstancia le facilitó conocer a Tomás Estrada Palma, Presidente de Cuba en 1906, año en que Lores le entregó esta magnífica pieza. Su primer destino entonces, no sería una colección científica sino el podio de la nación misma, y el objeto arqueológico devino símbolo.

Poco tiempo después, Estrada Palma lo dona al Museo Antropológico Luis Montané, de la Universidad de La Habana, lugar donde resulta estudiado por Mark Harrington, prominente arqueólogo norteamericano que en 1915 exploró y colectó evidencias significativas de nuestros primeros padres en el oriente del país, algunas de las cuales trasladó hacia los Estados Unidos.

Harrington catalogó este ejemplar como ídolo taíno y así lo refiere en su obra Cuba antes de Colón, un verdadero clásico de los estudios arqueológicos, que años más tarde, en 1935, Fernando Ortiz publicara luego de traducirlo, mientras impulsaba los estudios sobre nuestros grupos primigenios. De entonces acá, diversos han sido los supuestos con relación a su génesis pues al Ídolo le han adjudicado funciones como las de tambor taíno o urna funeraria –interpretaciones ya superadas-, mientras recientes estudios le relacionan con la tipología mortero ceremonial, debido a los vestigios de sustancias alucinógenas que han pervivido en su interior. Sucesivas relecturas de un mismo objeto, vivifican su recorrido y estimulan el conocimiento.

Lo que nadie ha puesto nunca en duda, ha sido su maravillosa imagen y la extraordinaria fortaleza de su impronta cultural. Las piernas flexadas, evocan la postura del behique que oficiaba el ritual de la cohoba, desde su dujo. Los brazos con ajorcas, traducen sus hábitos de decoración corporal, sintéticos y profundamente atributivos; mientras el rostro, expresivo y despierto, aumenta su impacto por medio de incrustaciones que contrastan y enriquecen; todo en franca correspondencia con el canon del arte taíno. Su rasgo más llamativo es, sin dudas, el componente fálico, pues denota y connota tanto su ciclo universal como su singularidad aruaca insular. Pero, definitivamente, es el ombligo el detalle que lo establece como ser vivo, pues la ausencia del mismo indicaría a una opía, diríase, un espíritu. Ese vórtice define al númen y establece una lectura cierta: el taíno fue una cultura amante de la vida. ¿Cuándo comenzaremos a escuchar su voz?
Niurka D. Fanego Alfonso

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