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Lesbia Vent Dumois: arte y servicio

La obra visual de Lesbia, por sí misma, ocupa desde hace rato un sitio prominente en las artes plásticas cubanas. Su vocación despertó tempranamente, en la región central del país. Aunque nacida en Cruces, a medio camino entre Santa Clara y Cienfuegos, provincia esta última a la que dicha localidad pertenece en la actualidad, la formación de Lesbia tuvo lugar en la villa de Marta Abreu.

Una muchacha de piel oscura y humilde procedencia difícilmente podía darse el lujo de estudiar Arquitectura, como deseaba, en La Habana, por lo que encauzó inicialmente sus sueños en la Escuela Normal de Maestros de Santa Clara. Allí comenzó en realidad su encuentro con el dibujo y la pintura. En su hogar, una madre modista de exquisito gusto y buenas manos, y un padre ebanista, con pleno dominio de su oficio, estimularon a la joven. Influyeron en que no se dejara vencer por las dificultades, y en buen grado, como comentaré más adelante, gravitaron sobre la poética de la artista.

De noche estudiaba en Santa Clara y en un ambiente de gente consagrada al arte. Solo por ese amor al arte, fue creciendo Lesbia Vent Dumois. Ella ha recordado a los maestros de entonces, Antonio Alejo, y alguien que marcó su carrera para siempre, Carmelo González, profesor que muy pronto compartió su vida personal con ella. Carmelo y Lesbia constituyeron una pareja unida por la vocación de ambos a la creación artística.

Ella destacó como grabadora. Las texturas que iba logrando desde sus primeros originales múltiples definieron un modo de hacer muy personal. Si nos guiamos por la crítica pudiera adscribirse su obra a la Nueva Figuración que en América Latina, y por supuesto, en nuestro país, sentó cátedra en los años 60. Pero el expresionismo de Lesbia, a fin de cuentas, no se parece a nadie. Ella recrea el mundo de su cotidianidad, el quehacer de su casa, de su familia; y las labores manuales que le imprimen a su obra un sesgo de nostalgia. Cabría hablar de una singular intuición poética en sus realizaciones y una inspiración onírica que frisaba con lo surreal, debido, quizás, a la influencia de Eduardo Abela. Ello también se plasmó en la pintura, arte en el que reveló una mirada muy precisa en el ámbito de la composición. Lesbia se niega a lo efímero y le concede a todo lo que toca el don de la perpetuidad. En dos palabras, que todo lo que toca vuelve a nacer.

En sus últimas producciones resultan seductoras las pequeñas esculturas blandas donde abriga a frutas tropicales, que nos recuerdan los versos de Zequeira y Rubalcaba,  todo ello ubicado en exquisitas cajuelas dibujadas y grabadas con el delicado tino y la depurada técnica que con el tiempo ha ido perfilando una artista que cultiva la excelencia. Moderada, inteligente y sensible, ha desarrollado una carrera que es ejemplo de exigencia y calidad. Curadora excepcional ha sabido encauzar a muchos artistas en la ejecución de sus muestras y en la lógica de sus montajes. Nadie como ella para seleccionar el grano de la paja. Obra vintage que nos encanta y subyuga por su buen gusto y su manejo de la textura y las formas. Lesbia es una artista todoterreno y su habilidad manual como su sentido del espacio la convierten en un modelo a seguir.

Como ya afirmé sobrecoge su capacidad para darse a los demás y cumplir con mandatos que no todos los artistas están dispuestos a emprender. Hablo de sus 40 años de entrega a la Casa de las Américas, a la dirección de su Departamento de Artes Plásticas, a su trabajo mano a mano con Haydée y Mariano, al poder de convocatoria de su ejemplar liderazgo al frente de la Asociación de Artistas de la Plástica en la Uneac. Y por encima de todo, su fidelidad a las ideas revolucionarias y a su patria.

Arte y servicio público constituyen en ella una unidad inseparable que hoy debemos exaltar como ejemplo para las futuras generaciones. Lesbia nos enseña que cuando un artista es auténtico y pone su arte por encima de todo se borran los contornos entre el ser social y el creador.

Por todo esto Lesbia Vent Dumois es merecedora indiscutible del Premio Nacional de Artes Plásticas, en este caso en particular, es un acto también de justicia poética. Nunca es tarde si la dicha llega. Y llegó.

 

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