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"Velo", de Douglas Arguelles
Este hermosísimo lienzo del creador Douglas Arguelles (La Habana, 1977), titulado Velo, fue adquirido hace unos años por el Museo Nacional de Bellas Artes. Forma parte de una serie de pinturas de gran formato que el artista exhibió en su primera muestra personal de 2007, BWV 988.
BWV 988 es la referencia de catálogo con que se conocen las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach, primera parte de un grupo de obras consideradas contrapuntísticas, compuestas hacia el término de su carrera.
Que Douglas Argüelles haya elegido ese título de Bach para su primera muestra personal más de doscientos años después de que aquellas variaciones se escribieran, tiene importantes connotaciones. La principal, aludir a la variación como estructura. Estructura por la comprensión personal del artista sobre los fenómenos científicos. Estructura para el ordenamiento museográfico y conceptual de la exposición misma y estructura como mecanismo científico que subyace en ciertos contenidos ocultos de algunas de las piezas mostradas.
El lienzo de la serie Velo, amplio y preciosista, proyecta atrevidamente sobre la retina del espectador la belleza de una superficie totalmente atestada de rosas. Casi dos metros cuadrados de rosas perfectamente pintadas desatan una verdadera euforia visual. Pero pronto comenzamos a sospechar de tanta belleza; más cuando descubrimos un discretísimo texto que cruza toda la línea horizontal del lienzo con una frase filosófica sin que nadie nos ayude a saber que proviene de Nietzsche, de Sartre o de Cioran. Nadie nos ayuda con esta obra,pero si se rebasa el tiempo de observación en el que nos obnubila con su magnificencia, puede descubrirse en ellas un patrón de distribución. Y un patrón puede ocultar un código, y un código significa un contenido encubierto. Si ese contenido encubierto proviene de modelos matemáticos, fractales o del código Morse, el artista no quiere que lo sepamos. Ha puesto un señuelo debajo de sus rosas. Ha echado a rodar un mito para que sea descubierto quién sabe cuándo… Pero a la vez ha dejado de manifiesto, al pasar, cuánto necesita de estructuras y de misterios – ¡como la música misma!
Corina Matamoros
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