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1913 -1954. Fundación y construcción

En 1915 el Ayuntamiento de La Habana reclamó el emplazamiento y la joven institución tuvo que trasladarse al nuevo lugar que se le asignó en 1917. Se trataba de la Quinta de Toca, en la Avenida de Carlos III, que representó, a pesar de todo, un local más adecuado. No obstante, la nueva sede necesitó modificaciones que fueron costosas y que mantuvieron cerrada la institución hasta finales de 1917. Durante el año 1918 se produce un nuevo cierre y no es puesta a servicio público hasta el 20 de mayo de 1919. En 1917 fallece el arquitecto fundador, Heredia, y en 1918 es nombrado como Director Antonio Rodríguez Morey.

 Morey dedicó casi cincuenta años de su vida al Museo Nacional. Aún hoy, pasados los años, hay pocas zonas del trabajo especializado de la institución que no recuerden sus desvelos, que no tengan sus huellas directas, o que no nos auxilien todavía. El primer sistema integral de registro de obras, el Diccionario biográfico de autores cubanos, su impecable documentación y sus archivos, son parte esencial de la historia del Museo. Hasta su muerte, ocurrida en 1967, Rodríguez Morey fue el director tesonero y emprendedor que libró innumerables batallas por el mejoramiento de una institución que aún le debe honores.

 En 1923 el Museo vuelve a enfrentarse a una circunstancia nefasta: el Estado vende la Quinta de Toca a la orden religiosa Hermanos Lasalle y la institución sufre una nueva amenaza de desalojo. Esta vez, sin embargo, la audacia de Morey aplazó el ultimátum por varios meses. Ante la alerta de que las colecciones serían confinadas al campamento militar de Columbia, Morey reparte al personal del Museo y a dos estudiantes, entre los que se encontraba Julio Antonio Mella –el joven líder revolucionario- los fusiles de la Primera Guerra Mundial que tenía entre sus exponentes, protagonizando con ello un acto de valentía único en defensa del patrimonio.

 A la inhóspita e inadecuada casa familiar donde habían tenido su escuela los Hermanos Lasalle, en la calle Aguiar 108 ½ de la Habana Vieja, fueron a colocarse finalmente las variadas e irregulares colecciones del Museo, en un insólito y deslucido hospedaje de treinta años. El 6 de febrero de 1924 reabre sus precarias trece salas una entidad polivalente que incluía un inventario digno de una chambre de merveilles: objetos coloniales; reliquias de hombres célebres de Cuba; historia (incluida una sala sobre Máximo Gómez); etnografía; arte cubano colonial y contemporáneo; copias de cuadros célebres; obras de grandes maestros; piezas de la antigüedad; pintura extranjera; artes decorativas; lápidas conmemorativas, cañones del ejército español, y diversas armas de la época colonial.

 Paralelamente no dejó de producirse en todos estos años una contienda arquitectónica en busca de espacios para el Museo. Desde 1925 se había elegido un lugar para la institución, que es, por cierto, el mismo en que se asientan hoy las colecciones de arte cubano: la Plaza del Polvorín o Mercado de Colón, como se le conoció posteriormente, edificado entre 1882 y 1884. Dentro de los numerosos proyectos arquitectónicos que durante años se presentaran sobresalió, en 1925, el del famoso dúo Evelio Govantes y Félix Cabarrocas. En 1951, sin embargo, se impone el nuevo proyecto de Alfonso Rodríguez Pichardo que tenía como aspiración importante integrar las artes plásticas con la arquitectura –hecho singular en La Habana de ese momento- incorporando esculturas monumentales en el exterior, bajorrelieves, murales y otras esculturas en espacios interiores públicos y en los muros del patio central. El proyecto suscitó juicios tan dispares como el del Arq. Bens Arrate, deplorando el fin de las bellas arcadas coloniales del Mercado de Colón, emplazado en el lugar, y el del ilustre Alejo Carpentier, quien se felicitaba de que se levantara un moderno museo americano (1).

 Así pues, en la convulsa década del 50, luego del cuartelazo en que usurpa el poder, la tiranía de Batista “trata de rodearse de una aureola de aquiescencia popular y para ello viabiliza con fines propagandísticos algunas necesidades reales”, como escribiera Jorge Rigol, ese otro gran intelectual y artista que honró con su trabajo al Museo. (2) Y una de esas necesidades era, sin dudas, la del Museo Nacional, hacinado durante treinta años en una casa de familia. Por un paradójico camino viene a solventarse pues, en los más duros años de represión batistiana, el anhelo de cultura que representó siempre el proyecto del Museo Nacional. El Decreto Ley del 26 de febrero de 1954 creó oficialmente el Patronato de Bellas Artes y Museos Nacionales.

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Quinta de Toca, en la Avenida Carlos III, sede del Museo Nacional en 1917.
Antonio Rodríguez Morey, 1918
Fachada de la edificación de la calle Aguiar, instalación forzosa del Museo entre 1924 y 1954.
Palacio de Bellas Artes, 1954