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1954 - 1959. Un gran edificio, grandes colecciones
El emplazamiento de las colecciones del Museo Nacional en el nuevo edificio del Palacio de Bellas Artes ocurre finalmente en 1955. La construcción de la flamante nueva sede sobre la base del proyecto de Pichardo, la constitución del Patronato, y la honestidad y firmeza de tantos años de Rodríguez Morey, reavivaron sin lugar a dudas las donaciones y depósitos que siempre acompañaron al Museo. Esta vez, importantes coleccionistas del país ofrecen depósitos de extraordinario valor para la institución. Sobresalen entre ellos el legado de María Ruiz Olivares, marquesa de Pinar del Río. En este valioso grupo de más de setenta obras, se destacan el nutrido conjunto de Eugenio Lucas, la magnífica Santa Catalina de Alejandría de Zurbarán, así como obras de Esteban Chartrand, Valentín Sanz Carta, y Víctor Patricio Landaluze, entre otros autores. El depósito de carácter permanente más célebre lo realizó en 1956 el Dr. Joaquín Gumá Herrera, conde de Lagunillas (3), con su fabulosa colección de arte antiguo de Egipto, Etruria, Grecia y Roma fundamentalmente, y en la que se distinguen los nueve retratos funerarios de Fayum y la espléndida colección de cerámica griega. Otros valiosos conjuntos como los de Julio Lobo, Oscar B. Cintas y José Gómez Mena, fueron también depositados en la nueva institución.
Durante unos años el edificio alberga no sólo al Museo Nacional, sino al Instituto Nacional de Cultura, que era entonces una dependencia del Ministerio de Educación. Esta institución, dirigida por Guillermo de Zéndegui, y cuyo Director artístico era el pintor Mario Carreño, había estado llevando adelante una labor de adquisiciones orientada fundamentalmente al arte contemporáneo cubano (4). Proveniente de las obras premiadas en los Salones Nacionales de Bellas Artes fundamentalmente, el INC conformó la Sala Permanente de Artes Plásticas de Cuba, que se exhibía en la segunda planta del Palacio de Bellas Artes. Esta sala comprendía pintura, escultura y grabado, y era mayoritariamente moderna, aunque también incluía autores académicos. No era, sin embargo, una sala histórica; no tenía pintura colonial ni abarcaba toda la evolución de la plástica cubana. Desde el punto de vista del coleccionismo, podría decirse que este conjunto, al pasar a fines de los años 50 al fondo del Museo Nacional, complementó oportunamente los tesauros de este último con un perfil contemporáneo inexistente hasta entonces.
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