Usted está aquí

ACERCA DE UN PINTOR LLAMADO JORGE ARCHE

Título: 
ACERCA DE UN PINTOR LLAMADO JORGE ARCHE
Fecha: 
2021

“La obra de Jorge Arche es la de la enérgica y serena seguridad”, aseveraba Gastón Baquero en 1940 al presentar un conjunto de obras del artista en el catálogo de la exposición El arte en Cuba. Precisamente es la seguridad una de las cualidades que distingue toda la obra de Arche. Desde su aparición pública, su trabajo resulta convincente por su indiscutible calidad, sin tanteos ni inseguridades. El Retrato de Arístides Fernández, uno de sus primeros cuadros conocidos, se distingue por la decantación de recursos utilizados en la composición, la firmeza y síntesis en el trazo y una sobriedad cromática extrema –“castidad de color” lo llamaría Guy Pérez-Cisneros–, caracteres que lo sitúan en el grupo de los iniciadores del arte moderno en Cuba.
En los años treinta, emergió sólidamente la figura de Jorge Arche, quien se alzó con uno de los premios en la Primera Exposición Nacional de Pintura y Escultura de 1935 con el óleo La carta, actuación loable en un evento donde se presentó un conjunto de respeto: Rey de los campos de Cuba de Carlos Enríquez, El entierro de Cristo y La familia se retrata de Arístides Fernández, Beatas de Fidelio Ponce, entre otras. Precisamente, en el Salón del 35 se hizo evidente la proximidad de la pintura de Arche con respecto a la de Víctor Manuel. Tanto Marinero como La carta, los dos óleos presentados por el artista, recuerdan composiciones similares de Víctor. No es de extrañar, pues los jóvenes artistas veían al autor de Gitana tropical como el precursor en la Isla de una nueva pintura. Guy Pérez-Cisneros es rotundo cuando afirma a Arche como “…el más fiel discípulo de Víctor Manuel”.
De ahí que cause asombro la capacidad de Arche de distanciarse rápidamente de su amigo y maestro, y consolidar, en poco tiempo, una obra de personalidad propia e inconfundible. Un buen ejemplo es su Autorretrato que se encuentra en el camino iniciado con el Retrato de Arístides Fernández. La modernidad de Autorretrato proviene de una depuración de todo lo superfluo, al distanciarse radicalmente de la tradición pictórica de los retratistas clásicos cubanos, aquella heredada de maestros decimonónicos como Romañach o Menocal. Así, la imagen aparece condensada en los rasgos esenciales definitorios de un buen retrato: verosimilitud del personaje, captación de sus atributos sicológicos esenciales y traslación creativa al lienzo; en este caso, con una ejemplar sobriedad de recursos. Desde su Autorretrato el rostro sin mansedumbre del joven Arche desafía al espectador clavándole una mirada retadora, en contraste con la aparente distensión del resto del cuerpo. Su verdadera fuente de inspiración se encuentra en la tradición clásica de la pintura renacentista y trasladada a una expresión plástica moderna. 
El retrato es un género difícil en el que los modernistas cubanos incursionaron con acierto aunque con alguna cautela. La iconografía realizada por Víctor Manuel y Carlos Enríquez a artistas y amigos de su generación destaca por una acertada adecuación entre las exigencias de parecido requeridas por el género y sus poéticas personales. Jorge Arche, por su parte, lo asume como el vehículo idóneo, casi exclusivo, de sus inquietudes artísticas. En particular, los retratos de su primera época son tan notables que se distinguen con luz propia entre las creaciones más trascendentes de su tiempo. En pocos años, Arche se convirtió en  el retratista preferido de artistas e intelectuales de la avanzada progresista del momento: así, aparecen los retratos de Lezama, Portocarrero, Fernando Ortiz, Rita Longa, Juan Marinello, Víctor Manuel, et al. Guy Pérez-Cisneros es certero cuando lo califica como “…el retratista casi oficial de la nueva generación.” 
Los años 1937 y 1938 fueron fundamentales en el desarrollo artístico de Arche. En 1937 realizó su primera exposición personal en el Lyceum, presentando un conjunto de dieciséis obras; entre ellas, seis retratos. Doce de estas piezas son enviadas por Arche a la importante Primera Exposición de Arte Moderno. Pintura y Escultura, celebrada en el Salón del Centro de Dependientes de La Habana, del 23 de marzo al 8 de abril de 1937. Los modernos presentan un conjunto de impresionante calidad: Gitana tropical, de Víctor Manuel; Entierro de la guajira, de Carlos Enríquez; Tuberculosis, de Ponce; El entierro de Cristo y La familia se retrata, de Arístides Fernández; Mujeres y plátanos, de Antonio Gattorno. Es tal la fuerza de este envío que José M. Bens Arrate se refiere por primera vez a estos artistas como “la nueva escuela de pintura cubana”. Con respecto a Arche se afirma que el colorido de sus cuadros constituye “…un hallazgo de Arte Nacional”. 
Sin dudas, 1938 fue uno de los mejores años en la producción artística de Arche. Dentro de las líneas generales de su poética ya establecida explora distintas aristas y obtiene resultados sobresalientes. Arche se movía entre el lirismo contenido de Los novios, la invención sorprendente de las Bañistas y la introspección sicológica del Retrato de Marcos Navarrete. Sin embargo, quizás su creación más impresionante de este momento sea el Retrato de Lezama. En esta obra Arche hace una representación admirable del joven Lezama, en la cual la figura casi desborda los límites del cuadro. Hacia esta fecha Ramón Guirao exalta la calidad de Arche como retratista excepcional al considerarlo “...un plasmador de momentos espirituales”.
Arche participó en la II Exposición Nacional de Pintura y Escultura de junio de 1938, evento trascendente por más de un motivo. En este Salón, se consolidó definitivamente la pintura moderna por encima de la presencia de los pintores académicos. Nuevas figuras se dan a conocer con brillo propio como fueron los casos de Mariano Rodríguez, René Portocarrero y Cundo Bermúdez. La influencia del arte mexicano hace sentir su incidencia en el envío de algunos pintores –en particular de los más jóvenes– y, de manera sobresaliente, en la obra de Mariano Rodríguez, quien obtuvo uno de los premios con su lienzo Unidad. Arche, por su parte, ratificó su clase al obtener un segundo premio con Mi mujer y yo, 1937, un ejemplo de inusual conciliación de lo clásico y lo moderno. 
En 1940, el artista llevó a cabo una de sus obras más importantes y sugerentes: Primavera o Descanso. De un modo inesperado los nuevos realismos se incorporan de la mano de Arche al flujo del arte moderno cubano. Este modo de encarar la pintura debió causar desconcierto sobre su presencia dentro del movimiento modernista cubano, como reflejan las palabras sagaces de Guy Pérez Cisneros cuando comenta: 
Ese realismo nuevo, no se puede de ninguna manera tachar de neo-academismo, pues nos da siempre imágenes explicadas y amadas que revelan una alegría refinada ante lo menudo y lo humilde.
Dentro de esta concepción también se encuentra Jugadores de dominó, 1941, otra pieza significativa, sobresaliente por la riqueza de colorido, el buen gusto y el sentido del equilibrio en la ornamentación. 
Hacia 1941, Arche reinició un nuevo ciclo de retratos a personalidades de la cultura cubana: el abogado Emilio Rodríguez Correa, 1941; el sabio don Fernando Ortiz, 1941; la escultora Rita Longa, 1942; el intelectual Jorge Mañach, 1942, período que culmina con la impresionante representación del Apóstol José Martí, 1943, ejemplo significativo de la madurez alcanzada por su arte, merecedora de la aprobación y la alabanza de la intelectualidad cubana de la época. 
En 1946 envía a la III Exposición Nacional de Pintura y Escultura un paisaje mexicano, Valle Bravo, en el cual se aprecia el nuevo rumbo de su pintura. Al año siguiente el diario Excelsior de México comenta en sus páginas la evolución del artista en un artículo titulado “Una nueva etapa de la pintura de Jorge Arche”. Sus paisajes y naturalezas muertas le permiten encontrar una nueva vía para el progreso de su creatividad, sin abandonar del todo la práctica del retrato. En 1949 expone en el Lyceum de La Habana veinte obras con las que da a conocer su producción pictórica en tierra azteca. Inaugurada por el entonces ministro de Educación Aureliano Sánchez Arango, y reflejada por Antonio Rodríguez Morey en su Diccionario de artistas plásticos de Cuba como “una magnífica exposición”, de estas obras se conoce muy poco en la actualidad. Los años mexicanos de Jorge Arche continúan siendo un misterio, cuya investigación es imprescindible para un mejor conocimiento del itinerario estético de este creador. 
A Jorge Arche lo sorprendió la muerte en 1956. Contaba solamente cincuenta y un años y su talento creativo se encontraba en plena capacidad. Arche tuvo la intuición de escoger desde muy temprano el tema y los recursos plásticos que le abrirían un espacio definitivo en la pintura cubana. Su arte está ahí, sin desgastes, resistiendo el empuje del tiempo que es, a no dudarlo, el mejor medidor de lo perenne. Las palabras de Jorge Rigol resultan concluyentes y tienen sostenida vigencia cuando afirmó: 
…distantes ya los fuegos de artificio de la época, la obra de Arche, por despojada de elementos espectaculares, por libre de lastres perecederos, por asumir de su momento lo esencial permanente y rechazar lo adventicio, se nos aparece hoy vencedora del tiempo, asentada ya definitivamente en su dominio conquistado.

 

Share
Autoretrato, ca. 1935    84 x 63 cm