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Desde el Museo Nacional de Bellas Artes: ¡enhorabuena, José Toirac!

Título: 
Desde el Museo Nacional de Bellas Artes: ¡enhorabuena, José Toirac!
Fecha: 
2021

Si de algo puede estar orgulloso el Museo Nacional de Bellas Artes, es de haber seguido la trayectoria de importantes artistas contemporáneos desde sus primeras proyecciones. Eso ha sucedido con José Ángel Toirac Batista, guantanamero nacido en 1966, que hoy, 7 de abril, celebra su onomástico. 
Y quizá la grandeza consista en que, junto a las obras adquiridas por la institución va develándose, a la par que un autor, una historia de nuestros días. La pieza más lejana que tenemos de Toirac trae a la memoria los momentos complejos, pero excepcionales del Proyecto Castillo de la Real Fuerza, que un equipo de artistas jóvenes, el Consejo Nacional de las Artes Plásticas y el Museo Nacional llevaran a cabo entre 1989 y 1990. De una de las muestras del Proyecto, Homenaje a Hans Haacke, realizada por Toirac, Ballester, Villazón y Angulo, ya famosa por su meteórica apertura de un día, el Museo conserva La sonrisa de la verdad, una pieza dedicada a reflexionar sobre la responsabilidad ética del arte. Era un asunto poco expresado en nuestro circuito, así como el del mercado del arte y el rol de la comercialización, ostensible en otras de las piezas de la exposición, que entraban de lleno en las preocupaciones de nuevas generaciones, y que reflejaban la irrupción del mercado en nuestro cerrado recinto cultural. 
Más adelante, llegaría un álbum de supuestas litografías iluminadas –en realidad fotocopias– que remedaba con ironía el famoso conjunto de Federico Miahle Viaje pintoresco alrededor de la Isla de Cuba, datado en 1848, obra de gran prestigio patrimonial dentro del núcleo histórico del Museo. Y así como Miahle describió en sus hermosos grabados las plazas, los mercados, los paseos cultos de la Isla, Toirac trae en su remake la dura mirada sobre el no menos duro maridaje del turismo y el “período especial en tiempos de paz”. Todas las posibles torpezas sociales que advertíamos en esos difíciles años, cuando en las razones económicas del turismo estaban cifradas nuestra supervivencia, se hicieron ver en esa pieza, adquirida en 1993. 
Homenaje a Juan Borrero fue comprada por el Museo en ese mismo año y era una producción que insistía y reforzaba esa poética de trabajar sobre obras clásicas para reutilizarlas con otros contenidos. Lo mismo sucede con el impresionante lienzo Autorretrato. Homenaje a Durero, de 1995, que el Museo le compra sabiendo que se trataba una obra mayor. 
Nos complace pensar que desde el Museo acompañamos también al artista en una de sus más consistentes líneas de trabajo: el operar sobre documentos públicos y construir desde ellos su obra. La primera de este tipo que obtenemos es Cuba campeón, un inquietante y colorido lienzo, anterior a sus ahora connotadas pinturas de tonos grises, donde dos boxeadores, representado a Cuba y a Estados Unidos respectivamente, luchan en un ring. La pieza parte de una simple fotografía de prensa, y el método será, en lo adelante, un rasgo distintivo de su futura trayectoria. Y aunque el propio artista ha confesado sentirse incómodo con el emplazamiento de esta pintura en la sala permanente de arte cubano del Museo, desde la institución observamos que la introducción de ese rasgo resultó importante en el espíritu de la época, apelando a una manera diferente de lidiar con la crítica social, que tanto ha interesado al arte cubano actual. Y orgullo de saber, también, cuánto seguimos durante décadas esta inflexión de un autor que, no por azar, es Premio Nacional de Artes Plásticas. 
Con artistas como Toirac, iniciamos la colección de nuevos medios y adquirimos Tengo, de 2006, que reproduce en lenguaje de señas el conocido poema homónimo de Nicolás Guillén. Fue exhibida rápidamente en la muestra Museo tomado de ese mismo año, en un tramo de la rampa de acceso al Edificio de Arte Cubano. Los visitantes iban subiendo la pendiente sin comprender al hombre del video proyectado sobre la pared que gesticulaba en absoluto silencio. Pero al acercarse y leer el título, sabían perfectamente de qué iba ese lenguaje de señas recitando un verso que todo cubano conoce y parafrasea: tengo lo que tenía que tener. Era, a no dudarlo, el resultado de la escucha sobre un reclamo popular que había acompañado a la Revolución y que vimos tambalearse entonces con el descenso de la economía, el desmantelamiento de los centrales azucareros y la desvalorización salarial del trabajo estatal. 
Pasados unos años, un perspicaz y delicado libro que vuelve sobre la vida de Fidel entraría en la colección del Museo Nacional con la obra Perfil, de 2014. Con la singular pieza, el Museo testimonia la sostenida investigación que Toirac le ha dedicado al líder cubano. Se trata de un conjunto de veintidós fotolitografías donde Toirac analiza puntualmente los rasgos que más le atraen de la personalidad de esta personalidad histórica. Así conocemos página a página Su casa (Birán), Su sacrificio (el tabaco), Su victoria (Girón), Su añoranza (pescar), Su otro (El Che), Su excusa (Martí), etc. No hay en el arte cubano contemporáneo cubano una pieza como esta. Toirac parece mirar a Fidel de hombre a hombre. Le pregunta sus gustos, le saca su secreto, lo alienta a revelar un sueño. Hay un diálogo estrictamente privado en este meritorio libro, que no ha conocido de grandes ediciones ni de salutaciones críticas y promocionales. 
En 2017, José Toirac y Octavio Marín crearon la espectacular pieza Relicarios. Nadie parpadeó un solo segundo en la reunión de la comisión de adquisición del Museo Nacional cuando se propuso su compra. Hay unanimidades que honran. En veinte vitrinas individuales estaban encerradas las vidas de muchos individuos a través de algunos de sus objetos privados o representativos. Como un manto de la sociedad, los retratos personales se iban convirtiendo en un tejido social, con gentes de todos los estratos y épocas. Juntos, personas reconocidas o sin nombre, se mezclan en el tiempo y aportan relaciones, datos y evidencias poco reconocidas para formar otro paisaje histórico de la Isla. El paisaje que los artistas perciben con otras sutilezas y verdades. 
Y para hacerlo a la manera de Toirac, para quien “las cosas no pasan, vuelven”, la institución acaba de comprar Apple, de la serie Waiting for the Right Time, de 2019. Se trata de una pieza actual pero inspirada en la serie Tiempos nuevos, de 1995-1997, que el Museo mostró ahora, por primera vez en una Cuba renovada, luego de veinticinco años esperando por su confrontación pública. 
¡Enhorabuena, Toirac!

 

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Toirac explicando al público del Museo las obras de su muestra Ars Longa, 2019