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Memoria prodigiosa

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Memoria prodigiosa

Cuando el jurado designado por el Consejo Nacional de las Artes Plásticas dio a conocer el veredicto que adjudicó el Premio Nacional correspondiente a 2019 a Lesbia Vent Dumois, en el medio cultural cubano hubo consenso en torno a una palabra: justicia. 

No solo se trataba de calzar con el más elevado reconocimiento a una obra propositiva y madura eslabonada a lo largo de varias décadas, sino de jerarquizar una entrega que va mucho más allá de la producción artística en sí misma, en la cual es imposible separar creación y vocación, servicio y compromiso. Cada una de estas instancias valdría per se para avalar el otorgamiento del premio, pero cuando se juntan, sustentan la condición de una trayectoria ejemplar que debe ser tomada en cuenta ahora y en lo adelante por los artistas cubanos y el público que se beneficia y nutre de sus creaciones. 

A ello se refirió el poeta Miguel Barnet al pronunciar las palabras de elogio de la galardonada en el acto de premiación: «Lesbia —dijo— nos enseña que cuando un artista es auténtico y pone su arte por encima de todo, se borran los contornos entre el ser social y el creador».

Ante una exposición titulada Memoria vale la pena intentar rastrear esa memoria: coordenadas individuales y sociales en las que se dio la emergencia de una voz artística que marcó una diferencia.

En Cruces, localidad a medio camino entre Cienfuegos y Santa Clara, antigua provincia de Las Villas, en los años treinta del siglo pasado la vida cultural era prácticamente inexistente. Cerca de allí había un referente histórico que no se puede dejar de tener en cuenta: el escenario de la batalla de Mal Tiempo, episodio destacado de la gesta independentista de 1895 protagonizado por Antonio Maceo y Máximo Gómez. En la familia de Lesbia estaba viva la tradición maceísta, pues el abuelo había pertenecido al Ejército Libertador y peleó bajo las órdenes del bravo guerrero; testimonios gráficos y documentales de esa experiencia son celosamente atesorados por sus descendientes. 

Santa Clara, adonde la familia de la futura artista se trasladó, presentaba un entorno más promisorio, aunque para alguien perteneciente a una clase social de medianos recursos y posibilidades —padre carpintero ebanista, madre modista—, no podía hablarse automáticamente de un horizonte de progreso.

La aspiración de las adolescentes de la época, en su entorno social, era ejercer el magisterio. En la ciudad del centro de la Isla funcionaba una Escuela Normal para la formación de personal docente en lo que hoy se homologaría con un nivel medio profesional. No poseía estatuto universitario pero sí mucho prestigio por la calidad de su claustro, al que pertenecieron renombrados intelectuales como el poeta Emilio Ballagas y el pedagogo y luchador comunista Gaspar Jorge García Galló. La sede de la Normal había acogido un hito en la historia del arte cubano: por iniciativa del notable intelectual Juan Marinello y el pintor Domingo Ravenet, en 1937 sus paredes comenzaron a poblarse de portentosas pinturas murales realizadas por Eduardo Abela, Jorge Arche, Amelia Peláez, René Portocarrero, Mariano Rodríguez y el propio Ravenet, más una escultura de Alfredo Lozano, representantes todos de las vanguardias artísticas del momento. 

Ella hubiera querido ser arquitecta, algo fuera de su alcance, mas descubrió su vocación por el arte mientras asistía a la Normal, proseguía los estudios de bachillerato y concurría a un hermoso proyecto pedagógico que tenía lugar en Santa Clara: la Escuela de Artes Plásticas, sostenida por un patronato y a la cual concurrían profesores muy calificados, en su mayoría procedentes de La Habana. De modo que la vocación halló cauce en la formación orientada, entre otros, por Antonio Alejo, Armando Fernández, Rolando Varón Gutiérrez, y alguien que, como veremos más adelante, resultó decisivo en su vida y crecimiento artístico, Carmelo González. La escuela propició, asimismo, el contacto con Eduardo Abela, uno de los paradigmas de la joven.

Ya desde entonces —y de ello es testigo esta exposición— llegó a dos conclusiones: por una parte, que las influencias son admisibles aunque decantables, pero no hay que imitar a nadie; por otra, que los caminos del arte solo se pueden recorrer mediante exploraciones atrevidas y azarosas. Cabe aquí resaltar el estímulo constante de sus padres, convencidos del talento de las hijas y sus potencialidades.

En Santa Clara, Lesbia fue alumna y maestra a la vez. Al enseñar, continuó aprendiendo. En entrevista que le realizara la periodista Estrella Díaz (http://lajiribilla.cu/me-siento-como-los-iniciados), ha expresado: «En el caso de la enseñanza de las artes plásticas —ha dicho—, uno se tiene que relacionar con otros creadores que son iguales o, incluso, mejores que tú. El contacto con esas personas, con esa otra obra generada desde otros puntos de vista, va nutriendo tu propia obra. Es un toma y daca: la enseñanza es eso, asimilar de otro y ofrecer lo de uno. Ese es mi concepto de la pedagogía». 

La cercanía con Carmelo, a quien la unió un fuerte lazo sentimental que los llevó a compartir amor y vida, le abrió las puertas, en el orden profesional, del dominio de los entresijos de las técnicas del grabado, en la que aquel era y es, porque su obra permanece, uno de los más encumbrados artífices en la Isla. En otras palabras, la pintora y dibujante muy pronto, y con acierto, destacó como grabadora. 

Tanta pasión y entrega ha dedicado a esa arista de la creación, que de algún modo la ha colocado en primer plano, sin que por ello deje de pintar, dibujar y, como en esta exposición se observa, construir objetos tridimensionales de alto valor estético. En la entrevista citada, explicó esa inclinación porque el grabado «… es una manifestación que permite expresarte con mucha entrega. Si observas con detenimiento, te darás cuenta de que los grabadores llegan más pronto a tener una personalidad propia —no sé si se deba a la aplicación de la técnica—, pero cuesta más trabajo llegar a tener una personalidad pictórica que tener una personalidad gráfica».

La joven que se mudó a La Habana, que en medio del turbión revolucionario multiplicó su actividad en el aula, el taller y las instituciones, confirmó su perfil artístico, porque supo establecer fecundos vasos comunicantes entre sus varias ocupaciones y tareas. Las cuatro décadas de labor en la Casa de las Américas, la de Haydée Santamaría y Mariano Rodríguez, donde llegó a liderar el Departamento de Artes Plásticas y fungió luego como vicepresidenta, facilitaron el contacto con la vanguardia artística del continente y, también, con las tradiciones populares, algo para tener en cuenta en su desarrollo personal. 

La secuencia creativa a través de la selección de piezas realizadas durante años, y de manera muy especial, la frescura en las más recientes, permiten el reconocimiento de una artista que escapa a los encasillamientos y al afán de algunos por inventariar y sectorizar la creación y al creador.

Quizá alguien llegó a pensar que en estos últimos años de incesante despliegue organizativo e institucional —sobresale su desempeño al frente de la Asociación de Artistas de la Plástica de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) — los ímpetus creativos de Lesbia habían menguado. Viene entonces la sorpresa: el arte ha continuado expresándose de manera incesante y renovadora.

Deviene complicado abarcar en una sola exposición los resultados del quehacer de toda una vida, no solo por la obligación de trazar coordenadas temporales, sino por la diversidad de habilidades, destrezas, y la sagacidad con que ha llevado a múltiples soportes su visión del mundo y la ejecución de tales visiones.

En Memoria, más allá de un tránsito por sus obras, revisitamos la intensidad de una biografía artística y la permanente emergencia de una sensible inquietud.

Muy acertado ha sido incluir como invitado a Carmelo González (La Habana, 1920-1990), tanto por haber sido su maestro y compañero en la vida y el arte, como por su papel en la plástica cubana durante el pasado siglo. Presente con La muerte de Grimao+., una xilografía de gran formato ejecutada en 1965, de contenido dramatismo en el reflejo del momento final del luchador comunista antifascista español, obra en la que se evidencia la pericia y dominio de la técnica del grabado y la inequívoca filiación ideológica de su autor.

El indisoluble vínculo con la familia se hace manifiesto al contemplar en esta selección la xilografía El acordeonista (1955), de Odenia Vent Dumois, la hermana ausente. A mamá, un primoroso dibujo en que emplea además elementos de técnica mixta, presenta a una mujer sentada en actitud parsimoniosa rodeada de objetos propios de su vida cotidiana; agujas, libreta de diseños, retratos familiares, flores, alfileteros y el trazo del amor, revelan sobre el papel Canson su dedicación. Con estas tres piezas, Lesbia rinde tributo a sus afectos.

El ejercicio del grabado, de manera especial la xilografía, no guarda secretos para quien desde sus inicios en la creación ha incursionado en el mundo de los tacos de madera con excelentes resultados. Debemos detenernos en una pieza de gran formato como Casa de vecindad, de 1960, un recorrido pormenorizado por ese espacio habitacional en que coinciden familias diferentes, casi todas de humilde extracción. La secuencia de imágenes funciona como un álbum con la visión de los elementos propios de cada uno de los habitáculos, maneras de vestir, alimentos que se compran y consumen, madres e hijas pequeñas, vecinas pendientes de lo ajeno, parejas…, un verdadero mosaico de un segmento de la sociedad cubana en la mitad del siglo XX, revelador de la capacidad de observación y la síntesis de lo observado.

De igual fecha, pero desde otro ángulo, Memorias del 26 de Julio en la Sierra tiene como figura central a un miembro de las milicias campesinas, tocado con un sombrero de yarey, y en un segundo plano, un campamento rural donde un numeroso grupo se dispone a celebrar la fecha; como detalle esclarecedor, en el bolsillo de la camisa del personaje hegemónico se distingue una invitación a la conmemoración popular. Estas dos piezas se complementan al ofrecer y reforzar la visión de una parte de Cuba en un momento de efervescencia social. 

Tal muchos otros creadores, Lesbia ha trabajado por series, lo que permite nexos de continuidad y vinculación temática de piezas, como en Viejas postales, tres xilografías-litografías en colores, con iguales dimensiones, fechadas en 1975: «La novia», «Al fin» y «Soñar no cuesta nada», en las que reflota el sabor de un acontecimiento poco feliz, celebrado en medio de personajes expectantes. En estos años retoma elementos del expresionismo, no hay búsqueda de la belleza, sino la amargura de la existencia de quienes tienen una realidad poco grata. Se añade a estas estampas el taco de madera de «La novia», que otorga otra perspectiva de la pieza y enriquece la visión del dominio de esta técnica que caracteriza su constante y esforzado trabajo. 

Si en el grabado se ha destacado de manera sobresaliente, y dejado una impronta notable, en la pintura tiene ejemplos valiosos, merecedores de ser antologados, como «¡¡Miren al pajarito!!» (1967), que se vale de una expresión del lenguaje popular para llamar la atención de las personas al tomar una foto. En esta tela de gran formato, centrada por una sonriente pareja posando con sus mejores galas, la artista se recrea en el dibujo del mueble de mimbre primorosamente elaborado, la ambientación del salón familiar y en detalles tanto del vestuario como de los personajes representados.

Ese ambiente con toques costumbristas por el tema y expresionistas por su ejecución, se aprecia en ¡¡Shss!!, silencio (1972): los personajes en primer plano se empeñan en atender una información que deben recibir del televisor ubicado al fondo. Escena muy de la época, recreada con un ligero matiz de humor.

En una tercera obra, Guantanameera, homenaje al cantor Joseíto Fernández, que se impuso en el gusto popular con una suerte de espacio noticioso cantado y radiado nacionalmente, el título se corresponde con la entonación que imprimía el músico a la melodía.

En aras de una secuencia temporal, me permito hacer mención a la huella que deja Lesbia en el dibujo, visible en esta ocasión en la serie Ángeles y demonios, en que se hace evidente su fineza y profesionalidad en esta manifestación, virtudes que sostienen su obra gráfica pero que también alcanzan independencia estética. Mas no se limita a la reproducción de figuras reales o imaginadas, sino que combina de manera en extremo afortunada texturas enriquecedoras de su discurso visual. Fibras vegetales insertadas en las superficies confieren al dibujo una perspectiva táctil, que se aviene con la intención dramática o sarcástica, según el caso, del planteamiento temático. Lesbia se va renovando en cada serie, en cada obra, donde amorcillos regordetes, e insectos, se corporizan en fibra vegetal mientras flores y objetos dibujados sobre papel complementan la composición. A esta serie pertenece «Si cierras los ojos todo lo tergiversas» (1996), con igual desarrollo técnico, pero aquí los personajes, Él y Ella, pertenecen a un mundo real, y las nubes llevan a una elaboración que complejiza la relación de estos. Con el paso al nuevo milenio, cuando prolonga el dibujo a tinta y el uso del collage, llega «La carga» (2001), con ángeles y demonios en medio de una situación tensa, desafiante, abrumadora.

Una Lesbia comprometida con la identidad histórica heredada es la de Página salvada: no hay hermosura ni vida sino en ti, dibujo a tinta y acuarela sobre papel vegetal de 2002, cuyo eje central es José Martí; aquí la artista pone de manifiesto la necesidad de preservar con amor las ideas más entrañables de la figura más universal en la historia de Cuba.

Por estas fechas iníciales del nuevo siglo, Aunque me corten un ala, yo siempre puedo volar (2005), tela de gran formato, contiene la poética de la autora, ese afán creativo que la impulsa a mantener un constante accionar, y a no quedar anclada en fórmulas. En efecto, es a primera vista un ambiente hermoseado, pero una lectura detenida permite ver una proyección proactiva del papel del artista en la sociedad, del lugar de la mujer vinculada a las tareas sociales y culturales, más allá del hogar y las faenas domésticas.   

Como un marcado giro en su quehacer considero la serie Cartas de amor, de carácter instalativo, pues en urnas de dimensiones medias, ha tomado fragmentos de cartas y documentos íntimos de diferentes personalidades de la cultura universal para dar cuerpo a esos sentimientos y expresiones. Valiéndose del dibujo, la pintura y labores de aguja, comparte con la pupila que observa, esencias de amores y ensueños, de realidad y fantasía, de literatura, arte y sentimiento. Recrea, no edulcora. La serie, desarrollada desde 2008 hasta 2016, cuenta con una decena de obras, de ellas, dos que pertenecen a su colección personal: «Carta de José Martí a María Mantilla. Cabo Haitiano, 1895» y «De sonetos de sor Juana Inés de la Cruz. 1683». En ocasión de inaugurarse su exposición, aludí a pequeñas joyas, porque la ternura y el amor que encierran las hace portadoras de una manera de convertir las artes plásticas en poesía, sin abandonar para nada la concepción de piezas visual y conceptualmente integras.

A partir de 2015 Lesbia sorprendió al mundo de las artes plásticas con la serie Sabores, esculturas blandas de pequeño formato que representan frutas tropicales, cubanísimas, primorosas, elaboradas en tejidos acordes con las texturas de las frutas representadas. Esas esculturas, encerradas en cajas de acrílico minuciosamente grabadas, están acompañadas de elementos que las enriquecen visualmente —hojas, ramas, flores, mariposas—; no se limita su autora a la pieza representada, sino que explaya su creatividad para ubicar el objeto en una suerte de hábitat que lo sitúa en el centro del universo onírico que ha querido otorgarle. No deja de ser interesante la alusión en los títulos a sensaciones olfativas y gustativas.

La más reciente serie, integrada por obras ejecutadas desde 2016 hasta 2020, integra textos y dibujos que se articulan y complementan con atributos físicamente relacionados con las características de los personajes reflejados. Todos son femeninos, y se han destacado por su desempeño en la vida, excepto uno, de ficción.
 
Estas mujeres, además de concentrar poderosas razones para ser recordadas si atendemos a su presencia en las artes y la cultura en general, tienen otro motivo sobresaliente: en sus vidas demostraron entereza, arrojo; lograron imponer sus voluntades y criterios para alcanzar sus más caros anhelos. No las une una línea de tiempo, ni sus orígenes, pero todas han sido y son inolvidables, verdaderos paradigmas: la cantante y actriz cubana Rita Montaner, la escritora británica Virginia Woolf, la bailarina norteamericana Isadora Duncan; Frida Kahlo, invaluable mexicana; Violeta Parra, compositora chilena, cantante y artista de la plástica; Nahui Olin, poeta y escritora mexicana; Tina Modotti, fotógrafa italiana, y el único personaje de ficción, Lucía Jerez, protagonista de la novela Amistad funesta, de José Martí. Cada pieza es un dibujo, a lápiz, creyón o tinta, a los que se han añadido objetos que integran esa visión que distingue e identifica. La serie se presenta como una obra múltiple, aunque cada dibujo acompañado de un texto puede ser presentado de manera individual.

Cierre pertinente, porque casi la totalidad de la obra de Lesbia Vent Dumois constituye un reconocimiento a la condición de la mujer en la vida, el arte y la sociedad. Ajenas al facilismo, al toque edulcorado y empalagoso con que en ocasiones se las pretende encasillar, esas protagonistas no son meras frágiles figurillas sobre papel, sino mujeres ejemplares, creadoras, irreverentes, devenidas símbolos. Cuando se habla de discurso de género en las artes visuales cubanas, Lesbia resulta un referente obligatorio.

Los títulos de las obras de arte constituyen también parte de estas, y amplían, enriquecen o simplemente mencionan la pieza. La artista, sin recurrir a títulos extensos o excesivamente explicativos, impregna sugerentes cargas poéticas que ubican y conducen al espectador en ese acto de contemplación y disfrute.

No termino estas líneas sin dar fe de la ética que se respira a lo largo del ejercicio artístico de la creadora, quien declaró en la ya aludida entrevista: «Si Cuba —también en su sociedad, en su economía, en su sistema— se está ampliando, no podemos pedirle al arte que se “enraíce” o que se enquiste. Me preocupan más los que piensan que las modas artísticas son el arte. Las modas no son el arte; las modas pasan. Las modas pueden servirte para insertarte en un momento, y también pueden desinsertarse con la misma velocidad. // Hay quien se enloquece si no se le considera “contemporáneo” o si está fuera del mundo internacional, pero tal vez pueda ubicarse, pero sin dejar raíces en el país. […] // […] //…Me siento como los iniciados: estoy en búsqueda. Quisiera que la obra por hacer sea continuidad de lo que he hecho hasta el momento, pero que a su vez sea más novedosa para mí misma».

Lesbia hace memoria y se inclina ante ella. Esta exposición registra etapas, pero a la vez anuda los hilos de una construcción coherente y paciente, obstinada y venturosa, de imágenes sentidas, pensadas y vividas. No todo artista puede darse el lujo de rendir cuentas de esta manera. No todo artista se rejuvenece en cada desafío y lo encara como si en ello le fuera la vida misma. 

Confiamos en las nuevas memorias que Lesbia irá tejiendo en lo adelante, pues aún tiene mucho que decir. 
                                                                                            
                                                                                            VIRGINIA ALBERDI BENÍTEZ
  La Habana, octubre de 2020

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