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Orfilio Urquiola: Un tránsito efímero y trascendental por el arte cubano del siglo XX

Título: 
Orfilio Urquiola: Un tránsito efímero y trascendental por el arte cubano del siglo XX
Fecha: 
2021

Escultor, dibujante y arquitecto, Urquiola nació en Cienfuegos, el 24 de abril de 1935. Cursó estudios en la Academia de San Alejandro y en la Escuela de Artes Plásticas La Esmeralda, México D.F. en 1958; se graduó de Arquitectura de la Universidad de La Habana en 1963. La mayoría de sus esculturas datan de los años en que trabajó como arquitecto en el Ministerio de la Construcción.1

En su proyección, ponderó la llamada escultura de salón, en lugar de la ambiental o monumentaria. Su obra personal estuvo alineada a la estética renovadora, llegada con el primer decenio de la Revolución y en diálogo con paradigmas del arte tridimensional del momento como Osneldo García, Sergio Martínez, Agustín Drake, Reinaldo González Fonticiella, y los inéditos ensamblajes2 de Antonia Eiriz, entre quienes prevalecen influencias comunes, aunque es posible distinguir sus poéticas particulares.

Urquiola se cuenta entre los imprescindibles del movimiento de renovación del arte cubano, acuñado por la nueva figuración de tono expresionista, que tuvo entre sus iniciadores a Antonia Eiriz, Humberto Peña, Fernando Luis y Sergio Martínez, entre otros. En 1958, comenzó su itinerario de exposiciones personales en el Bosque de Chapultepec, México D.F., y en 1964 se le organizó una muestra en el edificio del Ministerio de la Construcción.

Galería de La Habana ha quedado marcada como la promotora de su proyecto más relevante, cuando en 1966 desplegó Esculturas, relieves y dibujos de Urquiola. Esta exhibición ha adquirido particular significación, debido a que junto a los ensamblajes de Antonia Eiriz de 1964 y la poética trasgresora de Osneldo García –desde la visión de la desnudez sin prejuicio–3 en 1968, completan la trilogía de exposiciones individuales, de formato tridimensional, de artistas noveles, activos en el decenio, que han marcado tendencia en el arte cubano contemporáneo.

Esculturas… también fue presentada en Cienfuegos, Matanzas y Santa Clara. En la selección de obras se consideraron quince esculturas y treinta y cinco dibujos, la mayoría de rostros monstruosos, que llegaron para afianzar el criterio de que el artista se encontraba en plenitud de experimentación, en un serio intento por distanciarse de la figuración y enrumbarse hacia la desfiguración o neo-figuración. Para dibujar, se apropió del lápiz y combinó técnicas distintas, con colores y tintas, aunque no puede hablarse de trascendencia de sus dibujos, como sí se ha hecho evidente en sus volúmenes, cuyas cualidades intrínsecas quedaron avaladas en títulos como: Retrato de un hombre, Retrato de una mujer, Caín y Abel, Pantocrátor, El héroe, El espía, El filomático y El herido, entre otras.

En el artículo de la profesora Mayra Pastrana titulado “Escultor Urquiola. Un sujeto: La materia”, el artista asevera:

Me planteo el problema del espacio interno y parto de este espacio que es todo el mundo que tiene el hombre. Trato de establecer un dialogo, una conversación con el espectador. Me interesa acentuar el espacio interno y el volumen, consiguiendo esto último gracias a las patinas que empleo.4

La prestigiosa revista Bohemia publicó “Urquiola: La línea tremendista5”, donde considera al artista como:

 (…) el más reciente exponente de la línea tremendista que en Cuba rompió con tanta fuerza Antonia Eiriz en 1963. A partir de entonces, con sus estilos personales otros artistas han mostrado adhesión a esta nueva figuración, tan extendida internacionalmente hoy en día (…) Recordemos en la última exposición de Mariano, como algunos de sus cuadros de mayor interés utilizan la Figuera grotesca, distorsionada, dentro del ámbito del color y luz característica del artista. Urquiola parece sentir fuertemente su compenetración con los muñecones de Eiriz, tanto por la forma, como por su manera de aludir a la realidad. Llevadas a la escultura, llenan hoy la galería: quemados, agujereados, llenos de clavos y chatarra boquean a lo largo de los tres salones –y quizás estén demasiado llenos de cosas. Se siente que llevan tornillos de más, se desea arrancarles unos cuantos alambres y tiras (…)

El repertorio de exposiciones colectivas, por su parte, se inició con la inserción de este creador en el Salón de Pinturas y Esculturas de 1964. Dos años más tarde, Urquiola formó parte de la Primera muestra de la cultura cubana, que tuvo por sede el emblemático Pabellón Cuba. En septiembre de 1967, fue incorporado a la Primera Exposición de Arte Cubano Contemporáneo en Londres, organizada por el Consejo Nacional de Cultura y acogida por la Ewan Phillips Gallery de esa capital europea. Según apunta la académica Mei-Ling Cabrera, la presentación de este evento estuvo a cargo del prestigioso intelectual Miguel Barnet y fueron seleccionadas cuarenta y una obras de catorce artistas, entre los que se encontraban los escultores José Antonio Díaz Peláez, Tomás Oliva y Orfilio Urquiola, quienes en su conjunto dieron certeza de la pluralidad de estilos actuantes en el panorama artístico nacional.7

En el año 2001, con el empeño del equipo curatorial del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA), fueron incluidas en los nuevos proyectos de Salas Permanentes tres obras de Urquiola, en las que se pusieron de manifiesto el buen enlace entre el oficio de escultor con la experiencia del arquitecto. Son ellas expresión del interés del artista por reforzar el espacio interno dentro del cuerpo que ha formado con chatarras y materiales de desechos, en los que se apoya, porque los conceptualiza como parte del hábitat del hombre.

Los códigos de Urquiola provocan el diálogo entre la obra y el espectador. Fue hábil al crear un ambiente de agonía y tremendismo, que en cierta medida simbolizó el comportamiento del ser humano de su tiempo; cuya vida transcurría en un medio polarizado por el espíritu optimista y renovador del nuevo proyecto social y los sobrecogedores acontecimientos, que casi siempre cobraban vidas inocentes. Loló de la Torriente explica que:

(…) La escultura de Urquiola se posesiona de desperdicios, desechos, para construir cosas de efecto en los que el hombre, la mente humana, aspira a reconquistar su jerarquía, cuando lo monstruoso lo ha ganado para la destrucción.8

De modo que, en la práctica, se produjo un modélico correlato entre la experiencia vivencial concurrente y la obra representada, desde una poética en la que confluyen lo dramático y lo dañino de los sentimientos humanos, tal como se aprecia en El lisiado, El herido y El filomático.

El lisiado, ca. 1960, presenta una figura de cuerpo entero, que asume las formas físicas y psicológicas del impedido físico; un recurso que, por cierto, también fue explotado por Antonia Eiriz con el mítico Vendedor de periódicos de 1964 y por Alfredo Sosabravo en Regresando de Indochina en 1971. La autenticidad del personaje de Urquiola radica en que la condición de unos brazos inmovilizados por temerosos alambrones; las extremidades inferiores construidas por una lastimosa y endeble varilla de hierro en el lado izquierdo, y otra de concreto en el lado opuesto; fundidas a un pesado bloque de cemento y arena que agonizan su andar, aclaran que lo subyacente en esta cruda imagen es el entorpecimiento intelectual, impuesto por encima del físico. La postura de la cabeza y la expresión del rostro median entre el desasosiego y la indolencia. Al sumergirse en la psicología del mutilado, cabe preguntarse: ¿Será indiferencia, desesperación o padecimiento? Cualquier respuesta resulta válida, ante un vacío existencial tan dramático como la condición física.

El herido ha sido considerado entre los más mediáticos volúmenes de Urquiola. Ingresó a la colección del MNBA cuando el joven arquitecto obtuvo el Premio de Adquisición en el Salón de Pintura y Escultura del año 1964. Desde el punto de vista conceptual, la masa de concreto dialoga con La anunciación, Réquiem por Salomón, Las pirañas y Ni muertos, presentados por Antonia en Galería Habana, erigidos ejemplos del expresionismo grotesco del momento. Portador de una aflicción profunda, este condenado a muerte ha sido agredido por objetos punzantes no convencionales, lo que, unido a la condición física del tórax, el esternón marcado por una varilla atizada con alambres, el hueco del corazón, como un todo, refuerzan la intensidad dramática de la obra y la conexión que se produce entre el sujeto receptor y el objeto representado.

El filomático, ca. 1960, es la aproximación a un comportamiento opuesto a los anteriores. Relacionado con el pseudointelectual, de espejuelos y postura incólume, estamos ante una suerte de “mente-objeto”, aderezada por enredados cables que se entrecruzan, como tratando de avivar la inteligencia y el lado positivo de los habitantes de la Tierra. Esta figura, por su expresionismo y mensaje, encuentra puntos de confluencia con los Tres muñecones de Antonia Eiriz.

Lamentablemente, carecemos de una amplia colección de Orfilio Urquiola en nuestras galerías y almacenes, pero la trilogía que hoy les proponemos evidencia una estética que emergió en sintonía con un grupo de creadores, quienes desde el contexto nacional encaminaron sus discursos y posturas creativas hacia las novedades foráneas, impuestas en Iberoamérica y otros epicentros del arte internacional, posterior a la primera mitad de la pasada centuria.

Urquiola, con sus formas equilibradas y monstruosas a la vez, preconiza su adhesión a los estilos de Jean Dubuffet y Francis Bacon. Él fue un inconforme, porque se empecinó en retratar la soledad, el horror y la angustia de figuras aisladas y deformes, a contracorriente con el discurso oficial del momento. Él otorgó a sus esculturas un sello personal, que despiertan emoción. Poco se sabe sobre sus obras posteriores a los últimos años del decenio del sesenta, cuando estableció su residencia en España. Lo evidente es que su activismo se esfumó de nuestro panorama plástico en los momentos en que su nombre emergió con una obra honesta y sólida. En un corto periodo de tiempo, Urquiola logró estampar sus huellas en el arte cubano moderno, desde una poética universal de irradiación incuestionable, que lo situaron definitivamente en el camino de la posteridad.

1En su diccionario La Escultura en Cuba. Siglo XX. Fundación Caguayo, Santiago de Cuba, p. 442; José Veigas relaciona las bibliografías de este artista, que considera a: Almayda Catá: “Urquiola en la Galería de La Habana”, en Unión (La Habana), año V, No. 2, abril-junio de 1966, pp. 185-186; Adelaida de Juan: “El Salón de 1964”, Bohemia, La Habana, enero, 1965, pp. 30-31; Mayra Pastrana: “Escultor Urquiola. Un sujeto: la materia”, Cuba, La Habana, abril, 1966, p. 63; Loló de la Torriente: “Dibujos y esculturas, Orfilio Urquiola”, El mundo del domingo, La Habana, marzo 27, 1966. También: “Urquiola”, en Bohemia (La Habana), año 58, No. 11, 18 de marzo de 1966 y “Urquiola”, Revolución y Cultura, no. 6, La Habana, 1966.

2La exposición se tituló: Pinturas/ensamblajes. A. Eiriz. De enero 22 a febrero 23/64 (Catálogo).

3Presentó obras como el Corsé desnudo.

4Cfr. Mayra Pastrana: “Escultor Urquiola. Un sujeto; La materia”, en: Cuba, La Habana, año V, No. 48, abril, 1966, p. 63.

5Año 58, No. 11, marzo 18.66, Ind.2

6Detalles de esta exposición fueron aportados por Mirta Vian en el artículo: “Formas y colores en Londres”, en Cuba. La Habana. Año VI, octubre de 1967, p. 27.

7Ver: Mei-Ling Cabrera: La escultura cubana durante el decenio de los sesenta: una revisitación necesaria. Tesis de opción al título de Master en Historia del Arte. UH. Tutora: Dra. María de los Ángeles Pereira. Ciudad de La Habana, enero 2007, p. 22.

8De la Torriente, Loló: “Dibujos y esculturas de Orfilio Urquiola”, en: El Mundo del domingo, 27 de marzo de 1966, p. 7.

 

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Orfilio Urquiola Fernández “El herido” Piedra, hierro, madera; 56.8 x 45.7 x 21.8 cm