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Semblanza de Antonia Eiriz: viaje de ida y vuelta a Pasaje Segundo

Título: 
Semblanza de Antonia Eiriz: viaje de ida y vuelta a Pasaje Segundo
Fecha: 
2021

A las 2:05 a.m. del 9 de marzo del 1995, se detuvieron las máquinas del Ceddars Hospital, que mantenían viva a Antonia Eiriz. Una complicada cirugía no logró salvarla del ataque cardíaco sufrido en la tarde del domingo 5 de marzo, mientras pintaba su tercer cuadro para la exposición que acogería el Museo Fort Launderdale en septiembre. Grande fue el sufrimiento y la consternación entre familiares y amigos; e irreparable, la pérdida para la cultura cubana.
Su partida aún nos duele y obliga a la reflexión. Comúnmente, los artículos hacen alusión a una figura que emergió en los cincuenta, desde su participación en exposiciones colectivas que tenían lugar en el entorno cultural capitalino. Sin embargo, los orígenes de Antonia, sus primeros estudios, detalles relativos a su etapa académica, aún agradecen exploraciones. Aportar trazas que tributen información en torno a esas áreas poco estudiadas se vuelven la manera en que pretendemos rendir tributo a la artista, cuando conmemoramos el 92 aniversario de su natalicio. 
Un viejo y conocido aforismo reza que “No existen tribunas pequeñas”. Por circunstancias del destino, Antonia vivió en espacio reducido, en el número 7 de Pasaje Segundo, en el barrio de Luyanó, municipio San Miguel del Padrón. Pasaje Segundo es un estrecho y largo callejón, que recuerda los hutong del viejo Beijing. Cada visita al lugar emociona, nos hace pensar que aquel entorno fue el hogar de uno de los mitos más elevados del arte cubano y latinoamericano del siglo XX. 
Según el Registro, el nacimiento de Antonia Eiriz Vázquez se produjo el lunes, 1ro. de abril de 1929, a las once de la noche. Fueron sus padres José Eiriz Ledo y Esperanza Vázquez y Vázquez, oriundos de Chantada –una villa ubicada en la comunidad autónoma de Lugo, Galicia, España–, cuyos santos patrones son San Lucas y la Virgen del Carmen.  En Chantada, predomina la arquitectura románica y sus ciudadanos se sienten "Corazón de Galicia”, como mismo fue Antonia para Juanelo. La leyenda asevera que es famosa por el apego de sus habitantes a las fiestas populares y reuniones entre amigos, en un contexto donde lo culto y lo popular se funden con facilidad. Los oriundos tienen comportamiento humilde y altanero, a la vez, lo que inclina suspicaz mirada al tremendismo español que entendidos han sentido en la pintura de la cubana. 
Íntima fue la relación de Antonia con su madre, que fue el apoyo que la sostuvo para realizar su obra, para involucrarse en cuanto pudo y para criar a su pequeño Pablo, fruto de su matrimonio con Antonio Vidal en 1963. Complace saber que en compañía de Manuel Gómez Ojea, su segundo esposo y padrino de Pablo, se encontró con su familia en España, poco antes de su viaje temporal, y sin regreso, a los Estados Unidos. 
El entorno humilde de Antonia, la ubicación de la vivienda de madera, construida en los años 20, apartada del centro de La Habana, condimentan especulaciones relacionadas a la posición social de su padre, quien trabajaba en los muelles; mientras su madre manejaba los asuntos del hogar, donde las mujeres aportaban al sustento familiar, gracias a sus habilidades manuales. 
Con apenas dos años de edad, Antonia padeció poliomielitis, hecho que dejó marcada su vida, a cuenta de las secuelas en la pierna izquierda, así como el daño secundario en el lado sano y las dificultades motoras que enfrentó. Alumnos y amigos ven en esos impedimentos el estímulo para una personalidad emprendedora y un carácter que conjugaba la fortaleza, la sátira, el sarcasmo y grandes valores humanos. Su niñez transcurrió en la rutina de Juanelo, donde cursó estudios primarios con la maestra normalista Adelaida del Campo, quien avaló su ingreso a la Academia. Ella emitió certifico del sexto grado vencido, de acuerdo a lo determinado en el Plan curricular de las Escuelas Públicas de la Nación. Luego, la joven estudió Diseño Industrial por dos años, pero continuó luchando por conquistar sus sueños. 
Los inicios en la enseñanza del arte se ubicaron en la segunda quincena de septiembre de 1950, cuando Antonia logró completar la documentación de rigor para el expediente de los aspirantes a matricular en la Academia de San Alejando y Anexa. Una valoración de su historial revela que el Dr. Esteban Valderrama, quien era director actuante de la centenaria escuela, entendió el interés y las cualidades de la candidata. Él respaldó y firmó la carta de recomendación en 1950 y dos años más tarde incluyó a Antonia entre los solicitantes de las becas que otorgaba el Ministro de Educación, Dr. Laureano López Garrido, a los jóvenes “cuyas cualidades artísticas y precarias condiciones económicas lo merecían”. Dato interesante contiene el Certificado de Salubridad, del 28 de septiembre, donde dice que la examinada cumplía los requisitos de salud física y mental para enfrentar sus estudios. De acuerdo a los documentos, de 73 asignaturas, en 45 obtuvo resultados sobresalientes; en 8, notables y en 12, primeros premios. En los ejercicios de grado del curso 1956-1957, se calificó como profesora de Dibujo y Pintura. Cerró con ello un ciclo de formación artístico-profesional, que amparó su futura labor pedagógica, así como la creadora. 
Paralelo a su etapa estudiantil, Antonia estaba insertada en los circuitos artísticos de la ciudad, de lo cual dan fe algunas notas críticas verificables en publicaciones especializadas de la época. Un hecho de particular relieve fue su inclusión en la exposición 28 dibujos y gouaches, en el Salón Permanente de Dibujo y Escultura de la CTC, junto a los pintores Fayad Jamís, Guido Llinás y los hermanos Vidal. El 20 de octubre de 1953, el director de San Alejandro emitió el formulario, buscando el ingreso de esta artista en el Lyceum Lawn Tennis Club de La Habana. Con certeza, Hugo Consuegra afirmó que, en los cincuenta, ya Antonia era un mito de su tiempo y Graziella Pogolotti alertó: 
Hay un nombre nuevo que tenemos que ir aprendiendo y que he dejado, con todo propósito, para el final: Antonia Eiriz Vázquez. No la conozco. Pero su Naturaleza muerta con personajes, abigarrada, hecha con fatiga y sin concesiones, hace pensar en un mundo interior rico, inquietante. La pintura, para ella, está lejos de ser un ejercicio: es una violenta necesidad de expresión. (…) Estamos saliendo de una larga crisis institucional. Corresponde a los intelectuales, a los pintores asumir la responsabilidad que les toca. 
Antonia fue tal cual lo vaticinara la prestigiosa académica. En 1968, momento convulso para la Revolución Cubana y para el continente latinoamericano, Eiriz presentó en el Salón Nacional Una tribuna para la paz democrática,  cuyo significado resultó incomprendido por intelectuales de voz autorizada del momento, quienes tuvieron protagonismo en las “Polémicas Culturales de los Sesenta”. Este suceso y su salida de la Escuela Nacional de Arte han sido interpretados como las causas que originaron su llamado “silencio pictórico”.
Comenzó así una etapa de relativo distanciamiento entre ella y las instituciones culturales. Amigos y colaboradores cercanos aseguran que nunca se emitió un escrito que sentenciara o hablara del asunto, como tampoco Antonia hizo declaración alguna. La artista retomó sus contactos con galerías en enero de 1991, a propósito de la exposición Reencuentro, en Galería Galiano, cuando Silvia Margarita del Valle, Nelson Villalobos, junto a otros estudiantes del Instituto Superior de Arte, la convencieron de formar parte de un proyecto de tesis de grado, que incluía una exposición individual y retrospectiva de su obra. Ellos lograron involucrarla, al punto de participar en la localización y restauración de las pinturas exhibidas. Se recuperaron los ensamblajes y Homenaje a Amelia Peláez nació para dicha ocasión. 
Esta ruptura del “silencio” de la autora de La Anunciación en los inicios de los noventa generó no pocos artículos en diferentes medios de prensa. El catedrático Juan Martínez, por ejemplo, entendió que esta muestra representó el redescubrimiento de Eiriz por una nueva generación de artistas, que había tomado un camino más independiente y crítico respecto a su medio social. Después de Reencuentro, los últimos años de su vida fueron de gran actividad. 
Salvando tiempos y circunstancias, la nueva orientación de Antonia, posterior a 1969, puede compararse con otros artistas locales o foráneos. Probablemente Joan Miró (1893-1983) sea un atinado paralelo con la novedad discursiva de Eiriz, quien, entre las décadas de 1960 y 1970, se empeñó en explorar formas, materiales y asuntos no convencionales. La libertad y simplicidad del español también se acercaban a la ingenuidad y sencillez infantil, convirtiéndose en aporte al arte internacional. 
Abundado en el asunto, el curriculum y la Cronología comentada de Antonia Eiriz  adelantan que su sentido del arte y la vida eran tan originales, que no tuvo tiempo para el silencio, el anonimato y menos para el “retiro”. Ella re-direccionó sus vínculos hacia organizaciones o instituciones, cuyos perfiles jerarquizaban las manualidades, la artesanía y el arte naif. Entre los 70 y los 90, se vinculó al Fondo Cubano de Bienes Culturales, se registró como miembro de la Asociación de Artesanos Artistas, pintó tintas en soporte papel, trabajó con bisuterías, se levantó como abanderada de los entintados en textiles, participó en el movimiento artístico generado en torno a la Plaza de la Catedral e inauguró su relevante labor pedagógica, social, política y comunitaria, conocida como “El Arte Vivo de Antonia Eiriz”, donde fue tan prometedora y celebrada como en la década del sesenta. 
En los inicios de 1972, Antonia se convirtió en conductora e inspiración de la práctica con el papier marché. Los dramáticos muñecones de sus lienzos y ensamblajes se volvieron mariposas, títeres, máscaras, personajes que emergen del folklor y objetos utilitarios de gran imaginación. Fue entonces cuando su obra surgió desde la participación y no desde el distanciamiento intelectual, como ya había vaticinado Graziella Pogolotti. El propósito de la artista era enseñar al pueblo a decorar sus viviendas, su entorno; pero la realidad la superó e irrumpió un mundo de colores, sin cabida en su línea discursiva anterior. Desde el punto de vista artístico, estamos lejos de un epidérmico acercamiento al arte naif, al mundo infantil, o a los necesitados de apoyo psicológico. Los historiadores del arte debemos estar alertas, porque ella fue dueña de personal poética, de mucho calibre estético e intelectual, que le permitieron expresarse sin mediación institucional. El Museo Municipal de San Miguel del Padrón asumió que Antonia era su personalidad representativa, mientras el artista plástico y restaurador Jorge Náser se sumó al proyecto con incondicionalidad. 
Finalmente, como los grandes no se silencian, los títeres de sus talleres se vincularon al Teatro Guiñol, dándole vida a un escenario popular de nuevo tipo; sin proscenios o cortinas corridas, pero con singular escenografía. También recurrieron a una museografía que utiliza e integra el mobiliario doméstico. 
A partir de 1979, florecieron los agasajos para una vida de creación y compromiso. “Cuiden a los artistas verdaderos, porque los mediocres se presentan solos”, reza un viejo refrán y ese fue el caso de Antonia Eiriz. Una exposición de papier maché tuvo lugar en el Museo Nacional de Artes Decorativas. En 1981, recibió la Distinción Por la Cultura Nacional, Jaime Sarusky publicó en Bohemia: “¿Quién es usted, Antonia Eiriz?”, y el realizador Oscar Valdés dirigió el documental Arte del Pueblo. La Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, por otro lado, la condecoró; además, integró el jurado de la III Cuatrienal de Artes Aplicadas de los Países Socialistas, en Erfurt, Alemania.
En 1985, la Galería Espacio Cultural Latinoamericano de París presentó la exposición Antonia Eiriz. Tintas. Mientras que, en 1991, el Estado cubano priorizó salvar su legado e ingresaron al Museo Nacional de Bellas Artes de La Habana (MNBA) un conjunto de 9 obras, que incrementaron una de las más relevantes colecciones de la artista en el mundo. 
Hace pocos días, un grupo de especialistas y directivos del MNBA, encabezado por su director, Jorge Fernández, visitó el Museo de San Miguel del Padrón y la Casa Taller Antonia Eiriz. Fue nuestro modesto homenaje para Ñica; la confirmación de nuestra voluntad y vocación por continuar estudiando, colectando, exponiendo y promoviendo su obra. Su inmanencia nos sobrecogió, mientras un homenaje de Kcho para Antonia estampado en los muros de la vivienda, bastó para pensar en su trascendencia, en el reto que nos impone a críticos de arte y curadores. Como los grandes, ella fue dueña de un relato que transitó sin prejuicios de lo culto a lo popular, de la academia a lo ingenuo, indagando, retándose a sí misma, con nuevas maneras de hacer y decir. Antonia nos ratifica su dimensión universal, pero también nos convoca a defender el arte y la cultura cubana, en tiempos tan complejos como los suyos, tan solo con unas horas de paseo por el Pasaje Segundo. 

 

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