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Agustín Fernández, una vida consagrada a la aventura del arte

Título: 
Agustín Fernández, una vida consagrada a la aventura del arte
Fecha: 
2021

Agustín Fernández Mederos (La Habana, 16 de abril de 1928 – Nueva York, Estados Unidos, 2 de junio de 2006) se nos devela en la década del cincuenta como un joven con un futuro promisorio. Transcurrido apenas un año de su graduación en la academia San Alejandro (1946-1950) presenta su primera muestra personal recibiendo alentadores elogios por parte de la crítica nacional, quien lo catalogara “poeta del color”, advirtiendo a la vez su temprano talento y dominio del oficio. Agustín Fernández Expone Óleos tuvo lugar en el Lyceum Lawn Tennis Club del 15 al 29 de octubre de 1951. A propósito de la exhibición Jorge Molinos señaló en la revista Carteles:

Se le ve embriagarse, cantar con él, expresar –con fuerza y sinceridad extraordinarias– toda la riqueza de una sensibilidad. Es lo que llamaríamos un pintor moderno, si esta palabra no estuviese un poco en contradicción con esta otra: original. Y Agustín Fernández es original por esencia. Es decir, su arte se origina en él mismo, de adentro a afuera, sin prejuicios de escuela o de manera, sin fórmulas previas, sin receta, en una palabra.1

El exuberante cromatismo, apreciado ya desde sus primeros óleos, es probablemente su rasgo distintivo durante los cincuenta; aun cuando, de camino a la próxima década, su obra asiste a una evidente depuración y varían las temáticas y formulaciones estéticas que eran centros de su interés. Pese a su formación académica, Agustín Fernández se desvirtúa de la representación naturalista para concebir figuras en audaces contraposiciones de color y con un nuevo tratamiento del espacio, en las que siempre aflora una disposición anecdótica. En este lapso de tiempo sus búsquedas apelan a recursos del cubismo y el fauvismo, para deslindarse luego en atmósferas más surrealizantes y por momentos informalistas.  

Las piezas Naturaleza muerta, 1956, y Frutas en la noche, ca. 1959, exhibidas actualmente en la sala Otras Perspectivas del Arte Moderno del Museo Nacional de Bellas Artes, nos sitúan en un estilo que sigue teniendo el color como eje, pero esta vez desplegado con mayor sofisticación. Sus bodegones y naturalezas incurren a modo de paisajes subjetivos con un halo envolvente y místico por sus transparencias y desplazamientos del color en la superficie pictórica. Una obra notoriamente más abstracta, desarrollada aproximadamente a partir de 1956, evidencia un mayor despliegue técnico. La madurez del artista se hace latente en la predilección de una paleta más restringida e igual de contrastante, capaz de sugerirnos vibraciones de gran fluidez y fuerza expresiva en las formas vegetales ambiguamente representadas.

La adopción de la nueva estética podría fundamentarse en las experiencias acumuladas en su itinerancia internacional, al asistir con regularidad a eventos fuera de la Isla. El saldo de la década suma más de una decena de exposiciones personales, en Cuba: en los escenarios del Lyceum y la Galería de la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo; en el extranjero: en la Galería Bucholz de Madrid (1953), la Unión Panamericana en Washington D.C. (1954) y el Museo de Bellas Artes de Caracas, Venezuela (1959). Otra decena de muestras en colectivo lo sitúan como parte de la delegación cubana en las IV y V Bienales del Museo de Arte Moderno de São Paulo, Brasil, (1957 y 1959, respectivamente) y la exposición Adquisiciones de pintura y escultura, en el Museo de Arte Moderno de Nueva York (1958).

Su obra entra en un franco viraje al establecerse definitivamente fuera de Cuba a finales de 1959. A partir de este momento radica en París entre 1959 y 1968; en San Juan, Puerto Rico entre 1968 y 1972; y en Nueva York de 1972 hasta su fallecimiento en el año 2006. Los influjos asimilados de su contacto con el círculo surrealista parisino determinarán en gran medida el nuevo rumbo ideoestético de su creación. La estridencia cromática es ahora reemplazada por la austeridad, evidente en tonos metálicos con un sutil retorno al color en el segundo lustro de la década del ochenta. En el imaginario del artista aparecen, por etapas, el sexo, formas aserpentinadas y cercanas a maquinarias. Óleos, dibujos, grabados, collages, esculturas y ensamblajes de diversas dimensiones se centran en la ciudad, los objetos, la anatomía humana, atributos corporales y mecánicos de connotación erótica en tenso equilibrio entre lo realista y lo abstracto. Ese imaginario decididamente cosmopolita le otorgó un amplio reconocimiento internacional.

Su prolífica producción artística es atesorada en colecciones privadas y públicas de gran importancia en diversos puntos geográficos; entre ellas el Museo de Arte Moderno de Nueva York; el Gabinete de Estampas de la Biblioteca Nacional de París; el Museo de Arte de Ponce, Puerto Rico; el Círculo de Bellas Artes de Maracaibo, Venezuela; y el Museo de Arte Moderno La Tertulia, de Cali, Colombia. La Fundación Agustín Fernández, creada por sus hijos en 2006, lleva a cabo, en la actualidad, provechosas iniciativas en torno a la obra del artista, velando por su preservación, estudio y socialización.

Al conmemorarse 15 años de su fallecimiento, exaltamos su personalidad siempre comprometida al ejercicio del arte. Su consagración se avistaba desde sus inicios, cuando declaraba a Molinos en la citada entrevista para Carteles: “No admito el diletantismo artístico, o se es o no se es. Opté por la pintura. Si me he equivocado, me va la vida en la aventura”. Hoy podríamos aseverar que el riesgo asumido venció todos los obstáculos. Gracias a esa temeridad su obra le trasciende con espejos en el presente.

Fichas técnicas:

Agustín Fernández (La Habana, 1928 – Nueva York, EE.UU., 2006)

Naturaleza muerta, 1956

Óleo sobre tela; 127,5 x 177 cm

 

Frutas en la noche, ca. 1959

Óleo sobre tela; 127 x 122 cm

 

1Jorge Molinos. “Revelación de un gran pintor cubano”, en revista Carteles, 1951.

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Imagenes: 
Agustín Fernández (La Habana, 1928 – Nueva York, EE.UU., 2006)  Naturaleza muerta, 1956 Óleo sobre tela; 127,5 x 177 cm
Agustín Fernández (La Habana, 1928 – Nueva York, EE.UU., 2006). Frutas en la noche, ca. 1959 Óleo sobre tela; 127 x 122 cm