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Sala Arte contemporáneo (1979 -1996)
Sala Arte contemporáneo (1979 -1996)
Las obras de estas salas son testimonio del profundo movimiento de renovación que se produce en nuestras artes visuales a partir de 1979 aproximadamente; renovación que puede considerarse como sucesión ininterrumpida de poéticas que cambiaron a fondo el arte cubano. El primer momento de ruptura se sitúa alrededor del período 1979-1988. Los protagonistas eran en su totalidad estudiantes o recién egresados de las escuela de artes. La muestra Volumen Uno, además de Sano y Sabroso y Trece artistas jóvenes, todas en La Habana en 1981, fueron las primeras que provocaron un enorme impacto en el público y conmovieron en un par de años el mundo visual del momento, saturado hasta entonces de mensajes políticos, temas campesinos, visiones idílicas de la realidad y facturas convencionales. Aunque la nómina de artista varía, en todas estas exposiciones participaron Elso, Bedia, Fors, Brey, Torres Llorca, Garciandía, Pérez Monzón, Leandro Soto, Israel León, Gory y Tomás Sánchez. Esta joven vanguardia logró abrir espacios simbólicos inéditos en el arte nacional, con la incorporación del mundo de las religiones y culturas indo americanas y afrocubanas, captadas desde una sintonía espiritual más que desde sus aspectos narrativos o morfológicos. El otro campo importante fue la inserción de muchos elementos de la cultura popular hasta entonces marginados y del kitsch. Por estos caminos llegan al arte cubano las personalidades de Elso, Bedia y Brey, enfrascados en una reflexión antropológica de los cultos americanos y afrocubanos practicados; el kitsch de Flavio y Torres Llorca; las valoraciones de la historia de Leandro Soto; o el discurso sobre la naturaleza y el tiempo de Tomás Sánchez y Fors. Las poéticas conceptuales y postconceptuales fueron decisivas en el trabajo de estos jóvenes, con una pluralidad de nuevos sentidos que llegan a modificar ciertos aspectos del propio Conceptualismo entendido en su contexto Occidental. Estos cambios de intereses van acompañados de transformaciones importantes de lenguajes y recursos plásticos. De aquí se disolverán los límites entre las manifestaciones artísticas. La instalación, el arte objeto, el performance y otras variantes inundarán el panorama creativo cubano. La renovación fue profunda y se suman las creaciones de Humberto Castro, Tonel, Consuelo Castañeda, José Franco, Rodríguez Olazábal, Moisés Finalé, Eduardo Rubén, Arturo Cuenca, Carlos Alberto García y Gustavo Acosta et al. Con este fabuloso conjunto de autores se produjo la transformación poética de inicios de los años 80. Hacia el año 1986, aproximadamente, comienzan a circular obras de creadores muy jóvenes, mayormente estudiantes del Instituto Superior de Arte, que se van distinguiendo con nitidez del grupo precedente. Cuando parecía que ya se habían desplegado en toda su magnitud las capacidades artísticas del arte “nuevo”, una poética diferente comienza a dar signos de vida en un arte irreverente, de mucha tensión ética, con gran arraigo en lo vernáculo, impugnador por excelencia de problemas sociales, muchas veces grotesco y, sobre todo, convencido de su poder de transformador social. Esta poética dinamitó las relaciones de subordinación del arte con el poder, arremetió contra todo el esteticismo que quedaba escondido, batió lanzas contra la doble moral en el plano artístico y midió sus fuerzas y capacidad de convocatoria desde el arte. Tuvo el don de la provocación y suscitó enconadas opiniones en todos los ámbitos de la sociedad: fueron juzgados por la crítica artística, pero también por el poder, por el público y por las instituciones. Algunas obras, pasados más de diez años, siguen siendo explosivas. Entre los autores más significativos están Tomás Esson, Lázaro Saavedra, José Toirac, Glexis Novoa, Alejandro Aguilera, Ana Albertina Delgado, Eduardo Ponjuán, Sandra Ceballos y René Francisco Rodríguez. Uno de los eventos más importantes de estos años fue el Proyecto Castillo de la Real Fuerza (1989), que consistió en un formidable debate cultural entre la poética emergente y el recién creado Consejo Nacional de las Artes Plásticas, verificado mediante un conjunto de proyectos expositivos. Es necesario acotar que en el ISA, cuya primera graduación data de 1981, se verifica una modificación importante de los métodos pedagógicos y de los planes de estudio, que se tornan resueltamente antiacadémicos y con una visión donde la investigación es un factor consustancial al proceso creativo. Desde sus aulas emanan conceptos artísticos muy compenetrados con la teoría estética, la filosofía y el pensamiento cultural en su sentido amplio, todo lo cual modula la producción artística de varias generaciones de jóvenes. A partir de 1991 Cuba entra en un estado de notable precariedad económica y el contexto cultural se contrae rápidamente, desencadenando nuevas estrategias de sobrevivencia para la vida y para el arte. Muchos artistas jóvenes buscan continuar su obra fuera del país y por un momento el panorama pareció debilitado. Sin embargo, la producción plástica de la Cuba de los años 90 ha desmentido ampliamente los múltiples vaticinios que se hicieron sobre el fin de la vanguardia artística provocado por el éxodo de creadores. Una vez más el arte, demostrando ese gran diálogo con la sociedad de que ha hecho gala entre nosotros, dejó sentado que aún tenía muchas libertades que conquistar, muchas cosas que decir y hasta sus lecciones que dar. Es, por otra parte, una década viajera, que suplanta el éxodo con un nuevo tipo de artista que va y viene, que aspira a tocar los puertos internacionales del arte y que sabe cuánto debe su obra a su contexto de origen. Una pluralidad de poéticas aflora y un número significativo de autores alcanzan un amplio reconocimiento internacional. Kcho, Los Carpinteros, Belkis Ayón, Fernando Rodríguez, Abel Barroso, Esterio Segura, Luis Gómez, Sandra Ramos, Tania Bruguera y Carlos Garaicoa, son buenos ejemplos de ello. En esta sala pueden encontrarse los nuevos mensajes artísticos que predominaron en los primeros años de los 90 y que dan el tono de casi toda la década hasta hoy. Aquí se expresan los asuntos relativos a las migraciones que tan duramente afectaron al país en estos años; el expediente de la insularidad enfocado desde perspectivas diversas; las complejidades del diálogo intercultural y la reflexión sobre el discurso artístico, entre otros contenidos. En este período se advierte un lenguaje mucho más elíptico y de gran ambigüedad para expresar las ideas; una elaboración indirecta y enmascarada de los temas en comparación con el arte de los ochenta y que deriva hacia una creación de mayor connotación tropológica y también de más repliegue e interiorización. Se mantienen vigentes variantes artísticas que siguen profundizando en elementos de la cultura popular, las religiones tradicionales, las mezclas culturales y el humor, entre otras formulaciones. La fotografía y el grabado, acoplados al panorama plástico general desde planos de absoluta integración, van a brindar soluciones de altísimo valor que distinguen estos años. En el espacio de obras sobre papel puede apreciarse la reactivación del grabado que se produce a inicios de los años 90 y que tiene en las obras de Belkis Ayón, Bejarano y Sandra Ramos algunas de sus figuras claves. La fotografía, por otra parte, ha estado fuertemente unida a los cambios estéticos del período, en calidad de franca protagonista. Las fotos de Gory, Arturo Cuenca, José Manuel Fors, Marta María Pérez Bravo, y más recientemente de Manuel Piña y René Peña nos dan una evidencia apreciable de las transformaciones radicales ocurridas en el arte del lente, que durante muchos años estuvo más ligado a la fotografía de carácter testimonial y a la visión épica de la historia contemporánea.