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Santiago Rodríguez Olazábal (La Habana, 1955), Muñeca al Ebbó, 1993
La obra de Olazábal surge a la luz pública en 1983, inmersa en una fuerte concepción religiosa. Por un camino aparentemente paralelo a las grandes novedades que trajeron los años 80 en Cuba, este artista parece derivar de una genealogía más vinculada a la línea de Diago y de Mendive. En él, es difícil separar arte de culto, porque sus obras nos obligan a entrar a una región edificada en lo sagrado. A diferencia de otros artistas contemporáneos que fueron acercándose paulatinamente a los cultos afrocubanos (Bedia, Brey y Elso, por ejemplo), Olazábal siempre actuó dentro de ellos. Su educación en el culto de la Regla de Osha desde la infancia y su iniciación en el sacerdocio de la diosa Oshún, así se lo permitieron. Se está, por tanto, ante un creador similar a los pintores religiosos medievales, donde todas las formulaciones artísticas eran connotativas de la cristiandad.
Y es precisamente esa acción tan interna desde la cultura Yorubá, la que hace de Olazábal un pintor críptico, enigmático, poderosamente imaginativo, y alejado de efectos narrativos y descriptivos, muy comunes en quienes abordan la mitología de la Santería en la pintura. Sus obras son como templos, que subyugan por lo que evocan, más que por lo que muestran. Para el profano, es difícil comprender toda su simbología, tanto más, cuanto el artista es un erudito de la cultura Yorubá.
Muñeca al Ebbo es una obra realizada en una sola jornada, de expresividad violenta, cuyo tema es el sacrificio. El dios Ebbo, divinidad particular de la Regla de Osha, hijo primogénito de Orunmila, ayudó a su padre a completar los trabajos para salvar la humanidad. Se acude a Ebbo para ahuyentar la muerte, las enfermedades, las circunstancias negativas de la vida, pero también para atraer el bienestar, la virtud, la sabiduría. Se sacrifican a Ebbo ofrendas muy diversas para alcanzar purificación del alma o del cuerpo, o para recabar la atención de alguna deidad. Se le ofrendan animales, alimentos, hierbas, piedras, tierra, y también objetos confeccionados expresamente, como tejidos, muñecos, herramientas de trabajo, entre otros. En la obra se metaforiza el acto del sacrificio y se entrega una muñeca al dios, como quien ofrenda con dolor para ahuyentar un mal que acecha, o como quien toca a una puerta divina con desesperación. La simbología numérica, base del sistema adivinatorio de la Santería, nos alerta en la pieza de circunstancias negativas que actúan y que refuerzan la urgencia del sacrificio.
Más allá de las connotaciones religiosas, esta alusión del sacrificio comunica una visión desgarradora y terrible de alguna circunstancia particular que no se muestra; y en general, alude a las complejas relaciones del hombre con el mundo de los dioses, con el ámbito de lo divino y lo inexorable. Realizada mediante una formulación expresionista, de mucho dramatismo y agresividad de los colores y las formas, recuerda por momentos ciertas manifestaciones de la pintura popular, o del grafiti. Y a pesar de referirse a un ritual concreto, con múltiples símbolos que lo designan, Olazábal trabaja con el concepto, con la idea del sacrificio y de la ofrenda, desde una perspectiva artística contemporánea, de corte conceptual y antropológica, que lo eleva por encima de una cosmogonía particular, para enarbolar un dramático mensaje del hombre. (Corina Matamoros Tuma)
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