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Teodoro Ramos Blanco, Vida interior, 1934
Teodoro Ramos Blanco integra, junto a Ernesto Navarro y Florencio Gelabert, continuadores de la labor precursora de Juan José Sicre, el grupo renovador de la escultura moderna en Cuba. Su nombre comienza a ser conocido en 1928 –recién egresado– cuando gana el concurso para la erección de un monumento a Mariana Grajales. Así se inicia una de las direcciones principales de su carrera: la escultura ambiental. Ramos Blanco lucha firmemente por la creación de una monumentaria cubana que sustituyera las “toneladas de bronce y mármol” como llamaba a las obras mediocres traídas de talleres italianos. Es también propulsor activo, venciendo muchas resistencias, en el establecimiento de una cátedra de talla directa en material definitivo en San Alejandro, que contrastara con las técnicas rutinarias y envejecidas del modelado y el vaciado. Vida interior, su obra mayor, es la más feliz concreción de otra de sus preocupaciones: la interpretación escultórica del tema negro, en la cual alcanza algunas de sus mejores piezas (Negra vieja, Lo eterno...). En Vida interior el artista se aleja de la sensualidad exaltada del tópico afrocubanista y se decide por una expresiva introspección casi mística. (R.V.D.)
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