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Ángel Acosta León, Cafetera no. 1, 1960
Las grandes cafeteras metálicas que se veían en muchas esquinas habaneras fueron la base de algunas de las imágenes más originales de Acosta León. Las reconocemos como objetos cotidianos, pues el pintor apenas las transforma en su apariencia, pero a la vez son aparatos terriblemente inquietantes. Objetos de metal a la vez han tomado los rasgos orgánicos de un animal extraño. La cafetera está llena de vida y a la vez parece estar al borde de la autodestrucción. Una sexualidad de alta temperatura es uno de los componentes explícitos de la obra, aunque el signo dominante de todo ella sea el de la ambigüedad: un chorreado de café digamos, puede confundirse con un hilo de sangre. La delicadeza y la brutalidad; la crueldad y
la ternura; lo íntimo y lo monumental; el refinamiento y la vulgaridad; la fascinación y la repulsión; la compasión y el espanto; el rastro del hombre y la caducidad de la vida. En obras
como esta, Acosta quiso incluirlo todo son condensaciones supremas en donde puede estar resumido el drama del hombre. El objeto banal se ha convertido en un símbolo, en un icono
con una carga expresiva de la mayor tensión, en el cual el artista ha vaciado como en una catarsis, no solo su propia angustia existencial sino el testimonio de su época. (R. V. D.)
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