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Ángel Acosta León, La nave, 1961
Este oleo es una de las respuestas del pintor ante el sabotaje del barco francés La Coubre en un muelle de la bahía de La Habana. La chatarra retorcida se asocia aquí a la destrucción y a la muerte. Acosta ha concebido, a partir de una incitación precisa, una criatura monstruosa y ambigua, en una atmosfera de pesadilla. Es, en su sentido primario, una precaria nave de metal, con sus hélices inservibles. Está inmóvil pero amenazante, anclada en un espacio que solo reconocemos como marino, por los círculos concéntricos alrededor de los troncos. La superficie de la plancha está corroída y muestra las texturas del color del metal oxidado. Pero, ¿No podría ser, al mismo tiempo, un animal ciego, salido de las profundidades abisales, cuya piel suave esté encostrada de rémora? La inmovilidad estaría desmentida por la agresividad de una garra libre de su anclaje y, sobre todo, por las fauces abiertas – el esqueleto de una quijada de pez de dientes diminutos, quizás el fragmento más punzante de la criatura. En el cuerpo de la nave unos incongruentes globos infantiles que flotan en la mandíbula y unas banderitas desplegadas en el lomo son detalles del mayor refinamiento, que por un grotesco contraste, solo puede añadir horror a la bestia. (R.V.D)
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