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José Antonio Díaz Peláez, Hierro y piedra, 1961
Hierro y piedra revela el talento indiscutible del artista, empeñado en extraerle a los materiales que utiliza sus máximas posibilidades expresivas. Materiales que contrastan y a la vez logran una extraña empatía; opuestos por características propias, pero que entre sí establecen una fuerte interrelación. Volúmenes ligeros y alargados trabajados hasta la saciedad en el metal se contraponen a lo rudo que la piedra representa. Afortunado acoplamiento el que se produce entre la piedra y el hierro donde cada material adquiere toda su dimensionalidad y juntos suscitan infinidad de lecturas o resonancias.
Enmarcada dentro de los códigos abstractos con cierta predilección hacia lo geométrico, Hierro y piedra traduce el estilo personal e inconfundible de la obra desarrollada por Díaz Peláez a partir de la década del 50. Imaginación que no peca de ingenuidad donde cada elemento ocupa su justo lugar. Pudieran señalarse también ciertos rasgos de agresividad que se desprenden de las relaciones dinámicas establecidas entre el espacio y los volúmenes.
La hosquedad con que ha sido concebida la composición llevaría a muchos a pensar que se trata de una pieza inconclusa. Sin embargo, Díaz Peláez suele trabajar, con un sentido totalmente intencional, los materiales en sus estados más puros. Ello le permite demostrar cuánto de artesanal hay en esta manifestación artística, no limitándose a ver los indiscutibles aportes que ofrecen los adelantos tecnológicos.
Raras, diversas y totalmente antagónicas son las sensaciones que experimenta el espectador ante una obra como Hierro y piedra. Desde el placer hasta el rechazo, pasando por el simple gusto o la incomprensión, donde desempeña un papel determinante el intelecto humano.
Elsa Vega Dopico
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