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Antonio Eligio Fernández (TONEL) (La Habana 1958), Mundo soñado, 1995
Tonel se abrió paso hacia su vocación artística a contracorriente. Primero estudió en una escuela especializada en ciencias exactas y luego le fue denegado su ingreso al Instituto Superior de Arte. Estas circunstancias condicionaron su autodidactismo, su expresión inicial a través del humorismo gráfico, en publicaciones periódicas, y sus estudios académicos de Historia del Arte en la Universidad de La Habana. Todo ello se percibe en su obra, aunque no la explican. Lo primero que dilucida la obra de Tonel es su inteligencia. Su obra dibujística de los primeros años es casi un estudio sociológico de la cultura popular urbana en Cuba y del artista sumido en ella; una vía para criticar, para alertar, para hacer pensar en cómo somos; para proponernos sus ideas sobre la vida y el arte, sobre la cultura y los mitos de la idiosincrasia nacional, sobre las retóricas, las morales dobles, falsas o sencillas.
Con el paso de los años Tonel se ha dedicado más a la pintura y, sobre todo, se ha convertido en un “instalador” de primera línea. Sus mensajes han ido adquiriendo más densidad y mayor poder de generalizaciones. Obras como El bloqueo, 1989 (Colección Museo Nacional), País deseado (1994) y, principalmente, Mundo soñado, así lo acreditan. Tópicos como el de la insularidad, tan profundamente tratados por intelectuales como Lezama Lima, Virgilio Piñera y otros grandes de las letras cubanas, se suman ahora a las preocupaciones de muchos artistas de los años 90, y de Tonel, en particular. A través del trabajo sobre la geografía insular, el artista reflexiona sobre el tema de lo nacional, donde parece sopesar con cuidado y a veces con nostalgia, las variantes que este sensible rasgo suscita en nuestra cultura, desde la sobrevaloración y el chovinismo, hasta la más acendrada concepción de nacionalidad. En la formidable obra Mundo soñado, pueden encontrarse todos los matices de esta reflexión, matices en los que la ironía, la simple belleza de la imagen, y la calidez que suscita el inevitable apego a nuestra geografía, apelan a sopesar nuestros propios prejuicios, nuestro amor, nuestras aspiraciones o desmesuras en relación a Cuba como nación. (Corina Matamoros Tuma)
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