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Arte contemporáneo (1979 -1996)
Colección arte cubano contemporáneo, ca. 1979-1996
La colección de arte cubano contemporáneo del Museo Nacional, creada con un gran interés curatorial hacia los cambios que tienen lugar en la plástica actual, atesora un fondo de más de mil piezas que conforman el tesauro contemporáneo más exhaustivo y razonado del país. Estas salas exponen por primera vez un conjunto de 65 obras que intenta aproximarse a la importante renovación artística ocurrida hacia finales de 1970 y consolidada durante las dos décadas posteriores. Conocido como Nuevo arte cubano –entre otros términos similares– este fecundo lapso se ha caracterizado por la irrupción ininterrumpida de poéticas novedosas, así como por una reactivación sustancial de lenguajes y recursos expresivos. El despliegue de la colección ha intentado mostrar estas poéticas en sus momentos de surgimiento siempre que ha sido posible y, en ciertos casos, con obras que, aunque posteriores, conservan y comunican la sensibilidad del momento.
La renovación del arte cubano: ca. 1979-1988
Este segmento muestra a los principales autores que llevaron adelante el primer momento de cambio, que podría situarse aproximadamente entre 1979 y 1988. Los protagonistas eran en su totalidad estudiantes de la Escuela de San Alejandro y de la Escuela Nacional de Artes, radicadas ambas en La Habana. La muestra Pintura fresca, realizada en casa de José Manuel Fors en 1978 y reeditada bajo el mecenazgo de Leandro Soto en la Galería de Arte de Cienfuegos en 1979, así como la ya famosa Volumen Uno, Sano y Sabroso y Trece artistas jóvenes, todas en La Habana en 1981, fueron las primeras exposiciones que provocaron un enorme impacto en el público y que conmovieron en un par de años el mundo visual del momento, saturado hasta entonces de mensajes políticos, temas campesinos, visiones idílicas de la realidad y facturas convencionales. Aunque la nómina de artista varía, en todas estas exposiciones participaron Elso, Bedia, Fors, Brey, Torres Llorca, Garciandía, Pérez Monzón, Leandro Soto, Israel León, Gory y Tomás Sánchez.
En una coyuntura de cierta holgura económica y con una estrenada apertura al mundo, los jóvenes artistas se lanzaron a renovar un universo de medios plásticos imperante que ya no se avenía a la nueva sensibilidad. Las poéticas conceptuales y posconceptuales fueron decisivas en el trabajo de estos jóvenes, marcando con fuerza un sector importante, duradero y creativo de la práctica artística cubana. Estas poéticas han logrado desencadenar en el arte cubano –como en algunos artistas claves de América Latina– una pluralidad de nuevos sentidos que llegan a modificar ciertos aspectos del propio Conceptualismo entendido en su contexto Occidental. Otra característica de esta joven vanguardia es que logra abrir espacios simbólicos inéditos en el arte nacional. El ejemplo más decisivo ha sido la incorporación del mundo de las religiones y culturas indoamericanas y afrocubanas, captadas desde una sintonía espiritual de nuevo tipo, más que desde sus aspectos narrativos o morfológicos. El otro campo importante es la inserción de elementos de la cultura popular hasta entonces marginadas en el arte, y fundamentalmente de la cultura popular urbana. Estas inclusiones vitales en la práctica artística tienen una explicación sociocultural que es clave para entender los procesos creativos cubanos y que está relacionada con el hecho de que los niveles de educación general y artística en particular, han estado al alcance de todos los sectores sociales y geográficos sin distinción. Esto ha posibilitado que los artistas sean reproductores culturales de sus medios de procedencia, mayoritariamente populares, y que en sus prácticas artísticas estén fundidos presupuestos que tienen tanto que ver con su alta formación intelectual como con sus formas concretas de vivir. Por estos caminos llegan al arte cubano las personalidades de Elso, Bedia y Brey, enfrascados en una reflexión antropológica de los cultos americanos y afrocubanos practicados en Cuba; el kitsch de Flavio y Torres Lorca; las valoraciones de la historia de Leandro Soto; o el discurso sobre la naturaleza y el tiempo de Tomás Sánchez y Fors.
Estos cambios de intereses van acompañados de transformaciones importantes de lenguajes y recursos plásticos. De aquí en adelante se produce un vuelco formal generalizado que disolverá los límites entre las manifestaciones artísticas. La instalación, el arte objeto, el performance y otras variantes inundarán el panorama creativo cubano.
La renovación fue profunda y contagiosa, y logró desencadenar una creatividad juvenil en estado de latencia, de cambio en germen, que esperaba al parecer un pretexto como la irrupción meteórica de Volumen Uno para dar rienda suelta a su caudal. Surgen así las obras de Humberto Castro, Tonel, Consuelo Castañeda, José Franco, Rodríguez Olazábal, Moisés Finalé, Eduardo Rubén, Arturo Cuenca, Carlos Alberto García y Gustavo Acosta, entre otros creadores. Con este fabuloso conjunto de autores se produjo la transformación poética de inicios de los años 80; algo más de un lustro que no solo arrasó con los aspectos más narcisistas, ausente de conflictos y estancados de los 70, sino que ensanchó irreversiblemente el campo del arte con espacios culturales desconocidos y a veces preteridos, desde formulaciones artísticas contemporáneas.
Se poseen pocas obras de los momentos iniciales de Volumen Uno. Muchas piezas tenían carácter efímero, como todo lo expuesto en Sano y sabroso, o no se conservan. El Museo guarda, afortunadamente, obras de Bedia de su serie Crónicas americanas, dibujos de Rodríguez Brey, y piezas como la instalación Hojarasca, de Fors, que le fue solicitada al artista en una versión reciente. No obstante, en esta sala se exponen obras que están siempre en sintonía con la poética emergente de principios de los 80, aunque daten de algunos años después.
El importante conjunto de obras de este espacio da fe de la distancia abrupta que había tomado el arte de esta nueva vanguardia de la adormecida estética de los años 70. En el Salón anual de la Unión de Escritores y Artistas correspondiente a 1984, este arte ya había sacudido el ámbito artístico nacional en un clima de encendidas polémicas. En este período la plástica protagonizó un momento especial de cambio en la cultura contemporánea cubana, que tuvo también repercusiones en la cuentística, el teatro, y otras manifestaciones creadoras.
La renovación del arte cubano: Obras sobre soporte de papel, ca. 1979-1996
Para comprender este momento creador se hace indispensable auxiliarse de las obras realizadas sobre papel. Nuestra reserva de gabinete es amplia y podría equilibrar las carencias de ciertas obras de pintura e instalaciones de principios de la década del 80. Forzados por razones de conservación a exhibirse en espacio independiente, estos dibujos y grabados muestran las sutilezas de los cambios acaecidos, matizando su comprensión y develando la riqueza de técnicas, materiales y significados. Importante es apreciar, por ejemplo, las piezas de Gustavo Pérez Monzón, puesto que no han llegado a nosotros sus instalaciones. Sus singulares obras están fuertemente atraídas por la poesía de las matemáticas, la numerología, la astronomía, los sistemas cosmogónicos, y todo un universo donde se interceptan arte y ciencia, como puede apreciarse en la enigmática pieza de 1981 31142 B y en Sin título de 1987. En la muestra Volumen Uno, Monzón presentó una de las primeras instalaciones que se vieron en La Habana, realizada a base de finos hilos elásticos que pendían desde el techo y que, anudando pequeños objetos, conformaban una red colgante por entre la cual podía adentrarse el espectador.
Son interesantes en este espacio las obras fechadas muy al inicio de los años 80 de autores como Castro, el propio Pérez Monzón, la fotografía manipulada de corte conceptual de Arturo Cuenca, la pieza de Consuelo Castañeda y la de Tonel. Todas ellas nos ayudan a conformar una idea más exacta de cuáles eran las intenciones artísticas a inicios de una década que ya se considera mítica, pero que precisa confrontarse con las obras en particular.
Otra lectura que brinda el espacio de obras sobre papel es la referida a la reactivación del grabado como manifestación, que se produce a inicios de los años 90 y que tiene en las obras de Belkis Ayón, Bejarano y Sandra Ramos algunas de sus figuras claves. La fotografía, por otra parte, ha estado fuertemente unida a los cambios estéticos del período, en calidad de franca protagonista. Las fotos de Gory, Arturo Cuenca, José Manuel Fors, Marta María Pérez Bravo y, más recientemente, de Manuel Piña y René Peña nos dan una evidencia apreciable de las transformaciones radicales ocurridas en el arte del lente, que durante muchos años estuvo más ligado a la fotografía de carácter testimonial y a la visión épica de la historia contemporánea.
La renovación del arte cubano, ca. 1986-1992
Hacia el año 1986, aproximadamente, comienzan a circular obras de autores muy jóvenes, en su mayoría estudiantes del Instituto Superior de Arte (ISA), que se van distinguiendo con nitidez del conjunto de creadores mencionados en el espacio precedente. Cuando parecía que ya se habían desplegado en toda su magnitud las capacidades artísticas del arte “nuevo”, una poética diferente comienza a dar signos de vida en un arte irreverente, de mucha tensión ética, con gran arraigo en lo vernáculo, impugnador por excelencia de problemas sociales, muchas veces grotesco, y, sobre todo, convencido de su poder de transformador social. Esta poética dinamitó las relaciones de subordinación del arte con el poder, arremetió contra todo el esteticismo que quedaba escondido, batió lanzas contra la doble moral en el plano artístico y midió sus fuerzas y capacidad de convocatoria desde el arte. Tuvo el don de la provocación y suscitó enconadas opiniones en todos los ámbitos de la sociedad: fueron juzgados por la crítica artística, pero también por el poder, por el público y por las instituciones. Algunas obras, pasados los años, siguen siendo explosivas.
Estos nuevos creadores son alumnos de otros creadores, también jóvenes, que, desde sus cátedras del Instituto Superior de Arte, la Escuela Nacional de Arte y otras academias, van perpetuando con inteligencia y creatividad códigos artísticos y estrategias culturales renovadoras. Figuras como Flavio Garciandía, Consuelo Castañeda, Juan Francisco Elso, José Bedia, José Franco, Rubén Torres Llorca, por mencionar solo algunos, son los profesores de estos continuadores. En el ISA particularmente, de donde emerge la primera graduación en 1981, se verifica una renovación importante de los métodos pedagógicos y de los planes de estudio, que se tornan resueltamente antiacadémicos y con una visión del arte y del artista donde la investigación es un factor consustancial al proceso creativo. Desde sus aulas, emanan conceptos artísticos muy compenetrados con la teoría estética, la filosofía y el pensamiento cultural en su sentido amplio, todo lo cual modula la producción artística de varias generaciones de jóvenes.
Si hubiese que elegir un solo suceso que condensara en sí el esplendor y la complejidad del momento, habría que decidirse por el Proyecto Castillo de la Real Fuerza, realizado en la sede de igual nombre de nuestra institución. Consistió en un formidable debate cultural entre la poética emergente y el recién creado Consejo Nacional de las Artes Plásticas, verificado mediante un conjunto de proyectos expositivos. El 25 de marzo de 1989 se abre Patria o Muerte, la primera de las exposiciones que conformaron el propósito. Y durante siete meses se pudo apreciar un volumen impresionante de obras nuevas e inesperadas, que hablaban de la historia, de las incongruencias sociales, de las inconsistencias políticas, de la doble moral, de la vulgaridad, del propio discurso artístico, de la resistencia cotidiana, de los procesos de comercialización artística, entre otros muchos tópicos. La casi totalidad de artistas que se presentan hoy en esta sala participaron en ese proyecto y, en especial, fueron importantes las muestras de Alejandro Aguilera, Tomás Esson, Carlos Rodríguez Cárdenas, Glexis Novoa, René Francisco Rodríguez y Eduardo Ponjuán.
La recia personalidad artística de Tomás Esson (La gallina del tutú rosado) lo convierte en uno de los principales creadores de esta sala. Su forma intensa y desembozada de abordar la realidad por las aristas más grotescas y descarnadas, lo singularizan incluso dentro de este conjunto de autores, caracterizados por trabajar dentro de esa sensibilidad. Otra interesante vertiente es la de Glexis Novoa (Hasta la victoria siempre), cuyas obras se burlan con sarcasmo del vacío retórico del realismo socialista y por extensión de toda fraseología política hueca. José Toirac es otra personalidad artística importante del momento, quien junto a Tanya Angulo primero y a Juan Pablo Ballester e Ileana Villazón después, protagonizó una de las propuestas más singulares. Su método creador en estos primeros años está asociado al trabajo con las copias y las apropiaciones de obras de arte, para reflexionar sobre la originalidad, el aura del arte, la posición del artista, entre otros tópicos. En la pieza Cuba campeón, junto a Tanya Angulo, ha transitado hacia una nueva etapa en la que predominarán las fotos de prensa y la propaganda política más reciente, como punto de partida para unos lienzos que rescatan el análisis del papel social del arte.
Debido a esta irrupción, entre los años finales de los 80 y principios de los 90, el ambiente de las artes visuales cubanas alcanzó un momento de grandes valores artísticos. Por una parte, se habían superpuesto creadores jóvenes de distintas vertientes, generaciones y poéticas, coincidiendo en un mismo horizonte cultural. Y, por otra, ocurre un fenómeno muy interesante de interacción y readecuación de las poéticas que habían surgido en los últimos años. Pudiera decirse que los más jóvenes (vistos en este mismo espacio) condicionaron con sus obras una transformación de las poéticas antecesoras, propiciando una tonalidad nueva, una orientación diferente que logró marcar a creadores algo más establecidos, con un espíritu de época contagioso y de gran vitalidad.
Otra circunstancia distintiva de este momento, es la circulación internacional que comienza a tener lugar para el arte que producen los jóvenes creadores. Mención especial merece la muestra Kuba OK, organizada por la Kunsthalle de Düsseldorf a principios del 90, que marcó un momento de despegue en lo relacionado con el reconocimiento internacional y el mercado de arte.
La renovación del arte cubano, ca. 1990-1996
Uno de los grandes dilemas para un museo de arte es el de la distancia que debe tomar respecto a la producción artística de la actualidad; saber dónde debe detenerse al mostrar su colección permanente; cuán aconsejable puede ser esperar el paso del tiempo –ese antologador por excelencia, según Borges– para que se decanten los valores culturales de las obras del presente.
El Museo Nacional ha apostado por la contemporaneidad y ha sabido adentrarse, con sus adquisiciones, en los últimos desarrollos del arte insular. Su pretensión ha sido seguir, más allá de esquematismos y de límites museológicos, el impulso poderoso del arte más reciente en el país e insertarlo, con estatus de igualdad, a los más importantes caminos ya transitados por las artes plásticas cubanas. Esta última sala que ofrecemos al espectador es resultado de esa voluntad. Es una propuesta, una sala benjamín, en el contexto de un museo que exhibe arte de algo más de cuatro siglos y que, en virtud de sus extensas colecciones, está obligado a una visión lo más equilibrada posible de sus tesauros.
A partir de 1991, Cuba entra en un estado de notable precariedad económica y el contexto cultural se contrae rápidamente, desencadenando nuevas estrategias de sobrevivencia para la vida misma y para el arte. Muchos artistas jóvenes buscan continuar su obra fuera del país y, por un momento, el panorama pareció debilitado. Sin embargo, la producción plástica de la Cuba de los años 90 ha desmentido ampliamente los múltiples vaticinios que se hicieron sobre el fin de la vanguardia artística provocado por el éxodo de creadores. Una vez más, el arte, demostrando ese gran diálogo con la sociedad de que ha hecho gala entre nosotros, dejó sentado que aún tenía muchas libertades que conquistar, muchas cosas que decir y hasta sus lecciones que dar. Es, por otra parte, una década viajera, que suplanta el exilio con un nuevo tipo de artista que va y viene, que aspira a tocar los puertos internacionales del arte y que sabe cuánto debe su obra a su contexto de origen. Un artista que ha sabido asimilar las enseñanzas de los años 80 en Cuba para devolverlas trasmutadas en estrategias no solo artísticas, sino también de inserción cultural, de convivencia con las instituciones y de vinculación a los circuitos de rango para el arte.
En esta sala, pueden encontrarse los nuevos mensajes artísticos que predominaron en los primeros años de los 90 y que dan el tono de casi toda la década hasta hoy. Aquí se expresan los asuntos relativos a las migraciones que tan duramente afectaron al país en estos años y que abrieron una brecha de pensamiento que permanecía cerrada para el arte. El expediente de la insularidad enfocado desde perspectivas diversas, que retoma un diálogo con la teleología insular de Lezama Lima y, sobre todo, con el espíritu del esencial poema La Isla en peso de Virgilio Piñera. En este período, se advierte un lenguaje mucho más elíptico y de gran ambigüedad para expresar las ideas; una elaboración indirecta y enmascarada de los temas en comparación con el arte de los 80, y que deriva hacia una creación de mayor connotación tropológica y también de más repliegue e interiorización. En concordancia con esto, serán frecuentes las obras con marcado énfasis en los aspectos propios del métier y que pueden interpretarse como enunciados metafóricos. Se mantienen vigentes variantes artísticas que siguen profundizando en elementos de la cultura popular, las religiones tradicionales, las mezclas culturales y el humor, entre otras formulaciones. La fotografía y el grabado, acoplados al panorama plástico general desde planos de absoluta integración, van a brindar soluciones de altísimo valor que distinguen estos años.
Interesante, en esta sala, es la asombrosa ficción de Fernando Rodríguez con su pieza En el calor de la mano, quien asegura pintar lo que su amigo ciego Francisco de la Cal le describe y que hace asomarnos a problemas de la existencia de aquí y ahora. Novedosa también es la manera de abordar la escultura de Esterio Segura, quien ha partido de la imaginería hispánico-barroca en la realización de sus piezas, para connotar tópicos claves del mestizaje cultural cubano a través de una operación ecléctica con diversas fuentes culturales (Santo de paseo por el trópico, o La diestra, situada en el vestíbulo de entrada). Obras que aportan nuevos elementos al panorama visual son las de los grabadores más jóvenes como Abel Barroso (Teoría del tránsito del arte cubano). En sus obras abundan las matrices xilográficas o tacos de madera junto a las impresiones en papel kraft en igualdad de condiciones, conformando instalaciones que asumen los propios sucesos de la técnica como objeto de reflexión de la obra. Una asombrosa yuxtaposición de fuentes pictóricas diversas maneja Pedro Álvarez en lienzos como La canción del amor, suscitando una lectura heterodoxa de procesos culturales cubanos, cargada de agudezas y humor. (CMT)
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