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Belkis Ayón Manso (La Habana 1967-1999), La cena, 1988
Belkis Ayón es una artista centrada en un mito. En pocas ocasiones se encuentra un apego tan absoluto a una mitología específica como en ella. Quedó deslumbrada por el misterio de Sikán, la mujer que oyó una voz en el río Oddán, descubriendo el secreto supremo del Pez, y por lo cual fuera sacrificada. Esta leyenda pertenece al complejo religioso Abakuá, traído por los africanos procedentes del Calabar, que fueron forzados a emigrar y convertirse en esclavos en las colonias del Imperio Español, entre los siglos XVIII y XIX, fundamentalmente. La herencia Abakuá es para la artista un mundo donde asomarse, un universo profundo y lleno de misterios del que extrae reflexiones sobre el hombre y sus conflictos. Belkis no describe estos mitos, más bien crea imágenes para ellos, imágenes de una majestuosidad y una estirpe sacra de gran impacto, que recuerdan los iconos bizantinos que tanto la inspiraron.
La cena es una pieza realizada por la artista a los veintiún años, siendo todavía estudiante del Instituto Superior de Arte, en la que se aprecia la madurez artística que tan pronto alcanzó. Con un manejo novedoso de las técnicas colográficas, Belkis realiza un grabado de grandes dimensiones que incluye el collage. El color, que es una rareza dentro de su trabajo (casi siempre se desarrolló entre el blanco, el negro y los grises), es utilizado aquí con gran acierto y riqueza, dotando a la pieza del esplendor, el enigma y el magnetismo que la escena requiere. Este trabajo podría estar relacionado con un aspecto del ritual Abakuá, el llamado iriampó (comida). Se trata del acto final del rito de iniciación en la secta, donde se ofrece un banquete ceremonial colectivo. En él, participan los miembros de la jerarquía religiosa, así como los iniciados. Pero no puede desestimarse que la artista, acostumbrada a tomar como punto de partida la riqueza y las posibilidades universales de esta mitología concreta para insertar reflexiones de sobre otras culturas, haga referencia también a la cena cristiana de los apóstoles. Se trata, por tanto, de una apropiación personal del mito, exclusivo de hombres, asumido por una mujer respetuosa del culto, pero distanciada lo suficiente de él como para “establecer analogías e incorporar cualquier experiencia universal a la lógica particular del mito”, según ella misma manifestara. Esta pieza, que podría considerarse una rareza en el conjunto de la obra de Ayón, da fe de las transformaciones que siguió su obra, casi siempre considerada de un solo impulso; de su temprana madurez; y del cuidado con que el Museo Nacional la destacó desde sus inicios como una gran artista. (Corina Matamoros Tuma)
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