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Humberto Castro García (La Habana, 1957), La caída de Ícaro, 1984
Humberto Castro es una personalidad artística atrapada en las redes de la violencia, de lo inquietante, de lo ambiguo. Se dijera que puede detectar la agresividad en todas las situaciones cotidianas, en los actos más anodinos e insignificantes, con la sutileza del que camina siempre por campos minados. Sus obras insuflan una violencia latente, enmascarada, travestida de trivialidad, de esnobismo, de indolencia. Una violencia con acentuados matices eróticos y por momentos narcisista. Esta hipersensibilidad hacia la violencia lo conecta con una gran tradición de la pintura cubana, en que los nombres de Antonia Eiriz, Umberto Peña y Acosta León parecen indispensables. Según sus propias declaraciones, esta propensión tuvo sus inicios en su investigación sobre la matanza de indios en Cuba, en los días de la conquista española. Luego fueron los sucesos de la guerra en El Salvador, del hombre en general, y de la vida cotidiana los que asumieron paulatinamente la reflexión de esa violencia. (1) Pero independientemente de estas motivaciones sociales que refiere el artista y que la crítica siempre destaca, es apreciable además un sustrato de biografía personal, de temperamento individual detrás de sus personajes inquietantes, de sus situaciones equívocas, de sus seres en poses con ojos ocultos tras los lentes.
A esta vocación hay que añadir la recurrencia de temas de la antigüedad clásica, de las grandes metáforas culturales de Occidente que han sido usadas por Castro desde esta pieza, La caída de Ícaro, hasta sus muestras más recientes. (Exposición El vuelo de Ícaro, París 1993 y El minotauro en su laberinto, México, 1995) “La mitología moderna funciona como una gran mezcla cultural”, ha dicho el artista, (2) y en su trabajo los mitos son usados a fondo para producir la fusión no solo de culturas, sino de zonas temporales, del presente con el pasado, dada su concepción de la historia como repetición de hechos cíclicos. (3) Amparado en esas seculares metáforas, Castro encara el mundo moderno y su propia individualidad dentro de este. Ícaro se estrella contra la tierra una y otra vez, en los tiempos helénicos o en los postmodernos. El mito se renueva, esta vez, delante de personajes que, desde el fondo del lienzo, parecen no advertir la tragedia que tiene lugar ante ellos: alguien habla por teléfono, adopta una pose de maniquí, o nada en una piscina. Un mito de siempre que el artista matiza con soledades y agresividades contemporáneas.
La gran paradoja de sus obras consiste en que la agresividad, la mala pintura, el coqueteo con el kitsch, los colores ácidos y todas sus violencias formales y de sentido, dejan intacta su elegancia, su amplio refinamiento interior y su incuestionable esteticismo. (Corina Matamoros Tuma)
1. Tony Piñera, En blanco y negro. Granma. (La Habana); 14 oct. 1984.
2. Humberto Castro. Jeune peinture – Grand Palais – Paris, février 1991/ Galerie Espace Latino-Américain, Paris, mar. 1991. Catálogo.
3. Catálogo. Op. cit.
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