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José Manuel Fors Durán (La Habana, 1956), Hojarasca, 1983
Fors es un artista deslumbrado por los objetos. Los objetos son para él las formas, los colores, las texturas, las líneas; y también los afectos, los recuerdos, la huella familiar, el transcurrir del tiempo. Su actitud ante los objetos recuerda a los coleccionistas refinados y voraces del manierismo, la chambre de merveilles, el gabinete de curiosidades. En su casa se atesoran fragmentos de cristales raros, pequeños objetos de maderas increíbles, un antiguo juego chino tallado en hueso, instrumentos fotográficos de tecnologías remotas... Son como archivos familiares, trasmitidos de padres a hijos, en una especie de arqueología afectiva.
Fors comenzó a finales de los 70, como integrante activo del grupo Volumen Uno. En 1981, hace la primera versión de Hojarasca, que se exhibe en la muestra Trece artistas jóvenes. En aquellos momentos resultó una pieza singular, entre escultura e instalación, de corte conceptual y con acento minimal. En 1983, al hacer su primera muestra personal, Acumulaciones; retoma la idea de Hojarasca, insertándola en un contexto más complejo, al exhibirla junto a fotografías de los cubos tomadas en el contexto natural de donde había tomado las hojas. Discurría así sobre las relaciones entre lo natural y lo creado, sobre el elemento de la naturaleza y el elemento artificial, sobre el paisaje y lo hecho por el hombre. Pero esta idea no estaba desarrollada en forma de polos opuestos o alternativas excluyentes; al contrario, se respiraba una poética de la coexistencia, de la necesidad y hasta de la belleza de esa dualidad, que acaso ya no lo fuera. Hojarasca es una manera de llamar la atención sobre los cambios que están teniendo lugar en los paisajes de la cultura tecnológica, o una alerta acerca de la imbricación perenne y en última instancia irrevocable, del eterno dilema natura naturans, natura naturata.
Tal vez la incesante elaboración del objeto y su contexto, este ensayo continuo, lo llevaran a la fotografía, amén de la tradición cultivada por su familia con ese medio de expresión. A partir de 1988 todas las exposiciones de Fors se basan en la fotografía. Con ella ha alcanzado una calidad artística notable, con sus magníficos murales de minuciosas repeticiones de árboles, objetos o tramas de todo tipo. Y, aunque su madurez artística esté ya para siempre comprometida con el arte del lente, Fors sigue siendo un creador donde los objetos, las texturas y lo matérico son los verdaderos actores que se desenvuelven detrás de la cámara. Tras el aparato ocurren las auténticas obras de Fors, la disposición de un universo de formas cuidadosamente seleccionado, que incluye el azar, sus dotes de diseñador, una profunda sensibilidad matérica, una sintonía espacial con los materiales, y una sugerente habilidad para trocar toda textura en símbolo. Son esos objetos, y las cualidades que les descubre, los que han dictado los parlamentos íntimos y reflexivos sobre la naturaleza y el tiempo en sus obras, más allá de géneros pictóricos, escultóricos o fotográficos. (Corina Matamoros Tuma)
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